jueves, 1 de mayo de 2008

Los vaqueros adictos cabalgan de nuevo


De Cormac McCarthy (1933), autor de Meridiano de Sangre y una trilogía de la frontera, que comienza con Todos los hermosos caballos, se ha dicho que sus obras son: “verdaderas pinturas góticas del paisaje norteamericano”. Es un escritor huidizo que vive en el anonimato para crear personajes potentes y fascinantes, insertos en ambientes violentos y misteriosos. Hoy se ha vuelto popular debido a la versión cinematográfica de No es país para viejos.

Su literatura, reconocida con la Unión Americana con el National Book Award y el Pullitzer, está repleta de imágenes salvajes enmarcadas por el ocaso rojo y polvoriento de las praderas. Sin duda, se trata de una insuperable culminación del western contemporáneo, que tiene como esencia fundamental la proliferación de pasajes de epifanía y sacrificio.

Muchos de sus más destacados valores se hallan, traspolados de las letras a la música, a lo largo de la discografía de los Cowboy Junkies, una agrupación canadiense cuya célula madre son los hermanos Timmins, y que ahora están de vuelta a través de dos grabaciones: un disco de estudio inédito tras una pausa de dos años, At the End of Paths Taken; y un revisión de su obra maestra The Trinity Session (Pineacle,07), a veinte años de su aparición, grabada una vez más en tomas directas durante una sola noche desde la Iglesia de la Santísima Trinidad en Toronto, pero ahora con algunos invitados (Ryan Adams, Natalie Merchant, Vic Chesnutt y Jeff Bird) y un alud de experiencia acumulada como músicos, que se aprecia en el DVD, que incluye la grabación del disco y que viene en la misma presentación.

La pandilla que comanda Margo Timmins genera un volumen de rock inflamado de blues y country que, al igual que las novelas de McCarthy, constituyen una revelación de la existencia en estado puro y muestran la gran capacidad del ser humano para hacer frente al dolor y el sufrimiento.

Ya desde aquel disco inmortal como es The Trinity Session, que incluía recreaciones de Hank Williams (“I’m So Lonesome I Could Cry”), Waylon Jennings (“Dreaming My Dreams With You”), Patsy Cline (“Walking After Midnight”) más “Sweet Jane” de Velvet Underground, que les valió un inmediato reconocimiento unánime, desgranaban una música llena de temple e inspiración, abundante en imágenes sobrecogedoras y paisajes desolados, al estilo McCarthy, que después fue esparcida en placas como The Caution Horses (90), Black Eyed Man (92), Pale Sun, Crescent Moon (93) y Early 21st Century Blues (05).

A Cowboy Junkies les respalda una carrera de larga trayectoria y ritmo lento, en la que resulta difícil encontrar discos decepcionantes, más bien lo contrario, aunque At the End of Paths Taken (Zoe Records, 07) supone una apuesta más alta al respecto de sus antecedentes cercanos.

En cada nueva entrega nos encontramos con un Michael Timmins más seguro con sus textos, dado que sabe de sobra que musicalmente son capaces de desatar una forma libérrima de arte, tal como ocurre en “My Little Basquiat” y “Mountain”. Pone sus letras en la voz de Margo para que ella nos guíe a través del desasosiego, que impera desde el tema de apertura “Brand new World”, escrito en clave de madrugada: “4am. / dark reality/ Brand New World/ and my heart is missing”.

Estos vaqueros siguen siendo adictos a las historias de extravío y búsqueda, a los capítulos de redención, que en esta ocasión se orientan también hacia la figura paterna (“Follower 2”) y a especular qué es lo que se halla al final de la senda que vamos construyendo a través de nuestros actos y decisiones. Una interrogante que se entreve desde el título mismo.

Quizá la principal adición a lo que venían haciendo consista en la presencia de una sección de cuerdas y orquestaciones más sofisticadas, que agregan mayor dramatismo a piezas como “Blue Eyed Saviour” (“I think, “hope: the belief that loved ones will never die, I’ve never heard such nonsense, I’ve never heard such lies”) y “Still Lost” y “Cutting Board Blues” y la inclusión de coros (“My Only Guarantee”).

En suma, poseen talento y experiencia de sobra para seguir puliendo lo suyo: valses de porcelana, country trasnochado y blues mercenario; todos, ritmos narcóticos que maximizan el efecto de la profunda y curtida voz de Margo.

Desde hace más de veinte años, embrujan con su sonido brumoso, tempos pausados y un amplio rango emocional; música que estruja el corazón y nos invitada a cabalgar a lo largo y ancho de las praderas del alma humana, justo en la frontera entre el deseo y el desamor.

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