domingo, 25 de enero de 2009

2008 en 10 discos memorables


*Publicado en el suplemento El ángel del Diario Reforma (Dic. 08)

Siempre será difícil llegar a listas definitivas e inapelables. Cada recuento es subjetivo y cuestionable. Por ello no se trata aquí de un compilado de los 10 mejores discos según el criterio del reseñista, sino de una selección de una decena de álbumes que de alguna manera contribuyan al memorioso acto de reconstrucción del año. Un ciclo que en cuanto a la música contemporánea se caracteriza, en términos generales, por una serie notable de debuts que concentran buena parte de las propuestas más creativas y energéticas, y que se ubican por encima de lo hecho por figuras supuestamente consolidadas.

2008 también será recordado por ser el año en que los músicos occidentales más han volteado hacia África, para recurrir a sus sonoridades y rítmicas. Por otra parte, habrá que consignar también la importancia de Brooklyn como epicentro de la producción musical. Diversos medios apuntan que, hoy por hoy, se trata del barrio con mayor concentración de artistas por metros cuadrado, basta citar unos cuantos ejemplos: Sufjan Stevens, Animal Collective, Tv on the Radio, Antibalas, The National, Clap your hands and say yeah!, The rapture, Yeah, Yeah, Yeahs, The Strokes, Ra Ra Riot, High Places, Prefuse 73 y un larguísimo etcétera.

Otro aspecto importante de resaltar en este recuento anual nos lleva a la escena de la electrónica, cuya crítica central se dirige a subrayar lo predecible y estandarizado de muchas de sus producciones. Durante los últimos doce meses aparecieron trabajos cuya ambición consiste en inyectar nueva vida a un género que terminó por ser casi pasteurizado y domesticado por la industria.

Revisemos entonces un puñado de obras que con el tiempo habrán de traernos al 2008 a la mente.

Vampire weekend
Vampire weekend
XL Recordings
Egresados de la Universidad de Columbia, este cuarteto de veinteañeros optaron por combinar el legado de los Talking Heads (banda que les ponían sus padres de pequeños) con el afrobeat a lo Fela Kuti. A medio camino entre el pop, el indie rock y la música del mundo, Vampire Weekend editó el álbum más refrescante del año, por ubicuo, inaprensible y chispeante. Un debut soberbio desde el corazón de Brooklyn.


Tv on the Radio
Dear science
4AD
Otros neoyorkinos que con sus dos anteriores discos ya anticipaban ser una de las bandas más propositivas del presente. Incluso la prensa británica consignó que su líder, David Sitek, es el productor que le está cambiando el sonido al mundo. Su tercera entrega es menos ruidosa que sus antecesoras, pero igual de energética en su entrecruzamiento entre funk, rock y electrónica. Recurren a guitarras filosas que acompañan a derivaciones rítmicas que rebosan negritud (de hecho, Sitek es el único miembro blanco del quinteto). Temáticamente, incursionaron en cuestionamientos humanistas sin perder su perfil de crítica social y política. La prensa del mundo entero reconocerá con amplitud a esta obra maestra; sin duda, un nuevo clásico.

Portishead
Third
Mercury
2008 será recordado como el año en que el triphop volvió (Tricky, Martina Topley Bird, Massive Attack y Leila, entre otros). Más de 10 años de espera para un lp nuevo de los de Bristol, que incluso dicen odiar al género con el que se les identifica. Regresaron para llevar su música un paso adelante y ello implicó hacerla más densa y experimental. Una maraña de texturas conducida por la voz de Beth Gibbons, en calidad de sílfide contemporánea. Aclamada por todos sus incondicionales, quienes pasan por alto su aspereza y carácter casi abstracto. Renacer completamente renovados y arriesgándolo todo, tal fue la consigna.

Hercules and love affair
Hercules and love affair
Mute
Andrew Butler, un dj del influyente sello neoyorkino DFA, decide crear un proyecto orgánico que transformara lo que se conoce como música Disco y para ello convocó a una terna de vocalistas, en la que destaca la voz de Antony Hegarty, una figura superlativa junto a The Johnsons, que interpreta con gran sensibilidad y registro andrógino. La combinación funciona al yuxtaponer a un crooner maldito, cajas de ritmos y festivos metales. La delirante fiesta posmoderna ha encontrado a sus nuevos heraldos.

El guincho
Alegranza
Discoteca océano /XL Recordings

Pablo Díaz- Reixa es un joven músico canario que aprovechó que por su isla pasaba todo tipo de artistas para nutrir su formación. Radicado ahora en Barcelona y armado con un sampler y un arsenal de percusiones, se inventó el disco español de mayor proyección en la escena anglosajona de los últimos años (relanzado incluso por el sello inglés XL). Alegranza es un complejo collage de música africana, ritmos caribeños y experimentación; un amasijo chispeante que reivindica lo artesanal y el llamado low-fi. Una fiesta tribal que no conoce de fronteras físicas ni musicales. Contribuye a la renovación de lo que se entiende como música electrónica a partir de una concepción amplia de la fusión.






Metallica
Death Magnetic
Vertigo / Universal Music

Tras un lustro sin editar un álbum, se da el regreso de los héroes del metal tras de sus producciones más dóciles. Una vuelta a su salvaje y frenético sonido original, de la mano de un productor de leyenda: Rick Rubin. Ante regresos tan pasteurizados, como los de Oasis o Primal Scream, este cuarteto norteamericano no se anduvo por las ramas y grabó su concepción total del pandemónium: baterías atronadoras, guitarras taladrantes y el bajeo de una aplanadora. Hace tiempo que el rock and roll deseaba reconciliarse con su naturaleza. Es rudo, es veloz y agresivo… es rock si ataduras ni contemplaciones. Buen ejemplo de envejecer con dignidad y sobreponerse al impulso de autodestrucción, tanto como personas como a nivel grupal.

The Bug
Londo zoo
Ninja Tune
Kevin Martin es un músico que ha estado inmerso en la vertiente más combativa de la electrónica desde los años noventa. Ahora presenta su particular visión acerca de Londres, que dista mucha de la aséptica postal que ya se vende a propósito de su futuro olímpico. Más que un visión armónica, The bug muestra las tensiones sociales y culturales que se viven en una de las ciudades más eclécticas del planeta. La música recupera el acervo jamaiquino de la comunidad de inmigrantes y lo mezcla con dubstep, una corriente crepitante y oscura, que se distingue por sus ritmos lentos y densos, más bajos poderosos. Aquí la música de club muestra su perfil político y reflexivo.

Cut copy
In ghost colours
Modular-Island
El maridaje perfecto entre rock y electrónica de baile procede de Australia. Este trío originario de Melbourne sabe como amalgamar secuencias y programaciones con elementos orgánicos, propios de una banda que toca en vivo. En su propuesta se adaptan sonoridades procedentes del funk y el dance al rock, para formar parte de esa entelequia llamada indie. Se trata de la pista sonora más maleable y hedonista del panorama actual.

Lindstrom
Where you go I go too
Smalltown supersound

Este músico es la punta de lanza de toda una camarilla de escandinavos que le están cambiando la cara al techno. La propuesta del escuadrón balear consiste en trabajar material considerado de escasa calidad procedente de la Disco music setentera, además de reivindicar a esa saga cósmica que va de Vangelis a Jean Michel Jarre hasta Tangerine dream. Eligen un tema y le pulen digitalmente todo lo que se considera de “mal gusto” para luego agregar guitarras espaciales y algunos otros elementos, obteniendo temas enteramente renovados e irreconocibles. Tal avanzada tiene otros nombres ilustres (Prins Thomas, Todd Terje, Diskjokke y Mental Overdrive; Aeroplano (dueto belga) más Cloudland Canyon (un alemán y un norteamericano), a los que Lindstrom sirve de carta de presentación. Sentido progresivo, toque retro y psicodelia digital empujando a favor del futuro.


Santogold
Santogold
Smalltown
Se trata de la nueva reina de las revistas de tendencias. Nacida en Filadelfia pero asentada en New York, Santi White encarna al estilo y sofisticación propios del mundo de la moda aplicados a la música. El dueto que conforma con Johnny Rodeo contó con el apoyo del dj-productor Diplo (clave también en la carrera de M.I.A.) allanándoles un lugar en el medio. Su música es capaz de aceptar cualquier tipo de influencia, del hip hop al raggamuffin, del pop a la electrónica y al new wave de segunda generación. Santogold lanzó un disco que se convirtió en suceso inmediato y que en su seno posee lo mejor y lo peor de la industria musical del tercer milenio.

el pop mutante y lisérgico de Animal collective



Todavía recuerdo con claridad prístina la presentación de Animal Collective en el Coachella 2007. De hecho, verlos en directo era una de las prioridades del viaje. Aparecieron a comienzo de la tarde en el segundo escenario, bañados por el sol californiano y a salvo de las infernales carpas.

Apostados detrás de un nutrido aparataje electrónico, los instrumentos convencionales apenas y jugaban un papel secundario. Se trataba de una orgía del sampler y las programaciones, que acompañaban a una performance esquizofrénica en la que quien tomaba el micrófono –hiper filtrado- era salpicado de algo parecido a violeta de genciana o tinta morada.

Crujidos, texturas, gritos y sonidos guturales se expandieron procedentes de una maraña que nos dejó sin habla. Aquella aparición se recuerda como una de las más memorables de la banda y que finalmente también sembró interrogantes diversos en torno a si estábamos preparados bien a bien para asimilar lo que ellos entienden como música. No faltaron las alabanzas incondicionales, ni la crítica sorda, pero cierto es que aquello fue una sesión demandante –física e intelectualmente- y un ejercicio serio de lo que se entiende como vanguardia, pese a que a los propios miembros del colectivo no se sientan a gusto con que se les adjudique tal término.

Feels (05) y Strawberry jam (07) se convirtieron en discos aclamados internacionalmente, aunque muchos coolhunters no entendían completamente de que iba la cosa. La actitud parecía ser: -si se dice que algo es punta de lanza, entonces lo es aunque no se le comprenda cabalmente-. Un poco como nos enseñara la historia de El traje nuevo del emperador, que sólo es visto por personas “inteligentes”.

Animal Collective parece prolongar al infinito su esencia de improvisación estridente, segundos después montan un rave a partir del baile primitivo y tribal, para súbitamente convertirse en un recital ruidoso y abstracto. Avey Tare (David Portner), Panda Bear (Noah Lennox), y Geologist (Brian Weitz) tienen muy en claro la naturaleza de tal mixtura: “se debe al hecho de que apreciamos mucho el tecno y la música primitiva: ambos tienen en común ritmos que sugieren un trance. Luego, este aspecto tribal y primigenio lo mezclamos con sonidos electrónicos, lo que le da el toque futurista. Es una mezcla bien particular entre vanguardia, sicodelia y un sentimiento originario”.

En repetidas ocasiones han precisado que su intención es generar un estado de confusión mágico, lo que evidentemente consiguen tanto en el estudio como en sus directos, y que ahora prolongan al arte del que se considera su octavo disco oficial: Merriweather Post Pavillion (Domino, 09). La portada consiste en un efecto óptico creado con formas que semejan hojas y que atrapan la mente de quien la mira. No falta quien apoya esta alusión a la vieja psicodelia ni a los que les parece un recurso manido. Ese ha sido el sello de la casa: provocar polémica y dividir opiniones. Más aun cuando se dicen elaborar una música abierta, que busca ser accesible para todo tipo de públicos, cuando es notorio que para su asimilación se exige del escucha una apertura total hacia los territorios del pop más experimental y bizarro, ese que se alimenta glotonamente de folk, hip hop, house, rock, world music, noise y mil cosas más.

En el rompecabezas sonoro que han ido armando con los años, parece que ahora calzan mejor las piezas, hay cierta apertura hacia formas tradicionales y una moderada sobrevivencia de los estribillos. Ya se dice que se trata del disco más pop de Animal Collective y no creo que se trate de una descalificación, más bien amplía todavía más el panorama de una banda siempre impredecible y enigmática

Merriweather… ve la luz tras una etapa en la que el ahora trío ha dividido su residencia entre Lisboa, Nueva York y Washington. Apenas poco tiempo antes de la aparición de uno de los discos más esperados del año, habían estado trabajando con el director Danny Pérez, con quien preparan una película desde hace dos años y que terminarán en el futuro. Mientras tanto se reunieron durante dos semanas en el Sweet Tea Recording Studio en Oxford, Mississippi, para grabar el material del que surgen las 11 piezas de la versión en disco compacto.
Durante las primeras entrevistas a propósito de la edición del disco (que obviamente se filtró semanas antes a la red) han señalado que el elemento clave ahora fue el bajo –pretendían que calara hasta los huesos- y que a partir de este fueron construyendo las partes, para provocar su tan querido trance; por ello no extraña la presencia de un didgeridoo en “Lion in a coma”, el potencial hipnótico de un mantra posmoderno como “My girls” o el carnaval percusivo afrocaribeño de “Brothersport”.
Con esta entrega no hacen sino subrayar la influencia decisiva que ejercen sobre la música de avanzada; confirman el magnetismo que ejercen sobre artistas como High Places, Fleet Foxes, The Ruby suns, Gang Gang Dance, The War on the Drugs y El guincho, entre muchos otros.
La gira previa, que apenas terminó a finales del 2008, les llevó a lugares tan disímbolos como Turquía, Grecia, Eslovaquia, Perú, y Chile, que sirvieron como fogueo para los temas nuevos, que no improvisan sobre el escenario; tocan las composiciones una vez que las tienen terminadas, pero que sin embargo van evolucionando: “Hay algo en lo que hacemos que me recuerda al hip-hop más antiguo, con un acercamiento bien primitivo en el uso de las máquinas, en el que no todo encaja perfectamente. Cuando usamos sintetizadores o computadores, no estamos sincronizados por máquinas, sino que cada uno está apretando los botones para hacer calzar las piezas… y claro que no encajan bien, pero esa es la idea. Personalmente, nuestro sonido me recuerda en algo a grupos como Public Enemy, pero también a la electrónica de la gente de Basic Channel, o el dub”, apuntaba Panda Bear a un periodista chileno antes de su presentación en el Industria Cultural.

El proceso de composición consiste en grabar partes tocadas orgánicamente y luego manipularlas digitalmente a través del sampler. El peculiar universo de Animal Collective se equilibra combinando elementos aparentemente opuestos; en este caso tenían la intención de que sonara más electrónico que sus antecesores pero también recurrieron a técnicas propias de la música clásica, como lo son las variaciones, que van haciendo evolucionar una composición sin perder su esencia, recurriendo a sutiles modificaciones progresivas.
Cuentan con múltiples recursos: voces hipnóticas en los coros de “Guys Eyes” o bien una pátina a lo Brian Wilson y Van Dyke Park atascados de efedrina en “Summertime clothes” y “Bluish”. Apuntalan el álbum en un tema como ‘My Girls’, contagioso, adictivo, tribal y futurista a la vez, que es quizá lo más cercano a un sencillo que han escrito nunca. En un mundo perfecto su destino sería lo alto de las listas de popularidad, pero hasta ahora la rareza no es apreciada lo suficiente.
El colectivo animal ha entregado un disco que aparece apenas comenzado el año y que ha generado que se le considere una obra definitiva y crucial. Lo que es seguro es que su sonido habrá de conseguirles muchos nuevos adeptos. Hace tiempo que se han convertido en un referente de la exploración musical. Pero no faltarán los radicales a los que no les parezca que la banda se proyecte a otro nivel, ni escasearán los recién llegados que los consideren la panacea.
Sea cuál sea el caso, Merriweather Post Pavillion es el disco que va a marcar el pulso de la actualidad, agitara con fuerza la bandera de la vanguardia, algunos querrán verla, otros tantos dudarán antes de abrazarla. Esa es la historia del mundo y de este trío de músicos que vaga por él.



miércoles, 21 de enero de 2009

Scott Matthew: la melancolía que habita en Brooklyn


Desde hace algunos años parece que la mayor parte del talento emergente radica en ese barrio neoyorkino. Los nombres no escasean, todo lo contrario, abundan: Sufjan Stevens, Animal Collective, Tv on the Radio, Antibalas, The National, Clap your hands and say yeah!, The rapture, Yeah, Yeah, Yeahs, The Strokes, Ra Ra Riot, High Places, Prefuse 73 y un larguísimo etcetera. Si el caso fuera sumar nombres, quizá la lista abarcaría todo el texto y no es tal la intención. Basta señalar que hoy por hoy, Brooklyn es probablemente el vecindario con la mayor cantidad de artistas por metro cuadrado. Ya que no sólo implica músicos, basta con mencionar a otro de sus habitantes más ilustre: el escritor Paul Auster, que tanto ha reivindicado su barrio.
Ese pequeño enclave de la Babel de hierro no deja de recibir habitantes avocados al arte y que constantemente están mostrando trabajos relevantes. Tal es el caso de un australiano que por un asunto pasional dejó la tierra de los canguros y los koalas en 1997 para emprender la aventura americana. Y es que Scott Matthew es un caso más del tan sobado Do it yourself. Ha pasado por incontables trabajos menores para sobrevivir, siendo el de mesero el más recurrente, pero en ningún momento ha dudado en abandonar su carrera de compositor, cantante y actor.
A tal empecinamiento –y a una ruptura amorosa- debemos la fortuna de contar con la colección de baladas que conforman su primer Lp epónimo. Son voz y música que expresa la complejidad de un hombre que sufre y ausculta la pérdida. La pasión se acaba y un creador vuelca su tristeza en un puñado de canciones que calan hasta la médula y que se potencian por el peculiar registro vocal de Matthew, que en algo es influido por su condición homosexual. Algunos de sus temas se sienten cercanos al lóbrego entorno queer de Anthony and the Johnsons, otro ángel caído que se nutre del dolor: del propio y del ajeno.
Es importante destacar que los primeros logros de Scott no se dieron en la industria musical, sino en el cine. El punto de inflexión para su carrera fue su aparición en la película Shortbus (06), dirigida por John Cameron-Mitchell, donde hacía de una especia de crooner residente en un club que daba su nombre a la cinta, para la cual compuso también cinco de los temas de la banda sonora e interpretó personalmente tres.

Scott Matthew (Glitterhouse, 08) es un disco para paladear en solitario, para dejarse imbuir en su delicada intimidad, en su belleza lánguida, fatal y atractiva a la vez. Surgida como de un misterioso cabaret, ya que la base la integran un piano más un violonchelo. Después vendrá un discreto bajo y pasajes en los que recurre a la kalimba, un instrumento sudafricano que se pulsa con los dedos, y al ukelele, tan vigente en los últimos tiempos, gracias a grupos como Beirut y The Magnetic Fields. Si bien musicalmente algo tiene también de otro icono gay, Rufus Wainwright, el tono de su voz nos hace rememorar con insistencia al David Bowie de la época entre Heroes (77) y Scary Monsters (80)
Lejos quedan los días en los que junto a Spencer Cobrin (acompañante habitual de Morrissey) formó el malogrado grupo Elva Snow, del que no pasó nada con un primer disco editado hace tres años. Paralelamente, trabajó para las series de animación japonesa Ghost in the Shell y Cowboy bebop, producidas por el compositor y arreglista japonés Yoko Kanno, obteniendo ingresos suficientes para seguir en la brega.
El caso es que supo canalizar toda su experiencia existencial en piezas de carácter autobiográfico que resumen por todo lo que ha pasado: “La decepción y la desilusión son inevitables para todo aquel que intente lo que yo he intentado. Pero, por suerte, finalmente he encontrado mi voz, mi sonido, mi género. La mayor parte del tiempo, dedicarme a la música me proporciona alegría, por lo que si mi historia fuera un cuento, tendría un final feliz”.
Como compositor insiste en que incluso cuando está lleno de vibra positiva el tono de su música es triste; no puede evitar la melancolía, que tanto bien hace a canciones como “Abandoned”, “Amputte” y “Laziest lie”. Las referencias a los amores no correspondidos, corazones rotos y espíritus solitarios son recurrentes, pero utilizadas con tanta delicadeza que no caen en la cursilería, sino en un azote bucólico, casi impresionista.
Scott sabe que no descubre nada nuevo, sin embargo se muestra orgulloso de su personal tratamiento: “me he pasado la vida entera obsesionado con el amor. A veces de forma poco saludable. Finalmente, sin embargo, creo que he encontrado un equilibrio y una lógica. Estoy orgulloso de no haberme convertido en un cínico por mucho que mi buena predisposición me haya causado mucho dolor”.

Este tipo sensible, que en directo hace versiones impresionantes de “Harvest moon” del inmenso Neil Young y de “Heaven knows I´m miserable now” de The Smiths, se encuentra tocando a las puertas de la celebridad mediática, que probablemente caiga seducida por toda la melancolía que habita en Brooklyn y que ha sido hurtada por uno de sus inquilinos.

viernes, 16 de enero de 2009

Dengue fever: el rock camboyano resurge desde california


El gobierno comunista de Pol Pot y su partido de los jemeres rojos se mantuvo en el poder en Camboya entre 1975 y 1979. Durante este período cerca de dos millones de habitantes murieron a causa de las políticas de exterminio de lo que el pensamiento oficial llamó "el enemigo oculto", es decir, todo aquello que consideró contrario a su plan de construir "una nueva Camboya comunista".
En ese momento la música popular había recibido el impacto del rock, que fue asimilado a temáticas y sonidos nativos, dando pie a una versión psicodélica, en lo que fue llamado Khmer rock o rock jemer. También perseguido por el estado.
Tras un complejo proceso de sucesiones y un juicio por genocidio a los antiguos dirigentes de la entonces Kampuchea Democrática, el país sigue sumido en un periodo de Post-guerra con todo lo que ello implica: pobreza, desempleo, epidemias y otros males. Sin embargo el aumento del turismo, el incremento de la ayuda internacional, la labor de las ONG´s y la inversión, abren poco a poco el panorama a un país con vecinos poderosos y ricos.
Atraído en un principio por el exotismo, un joven californiano realiza un viaje para conocer en carne propia Camboya. Transcurría 1998 cuando Ethan Holtzman está de regreso en los Angeles, con una buena cantidad de discos de aquella bizarra y emocionante forma de rock and roll casi extinto. Contagia su entusiasmo a su hermano Zac, y juntos deciden buscar a una vocalista que conozca la lengua de aquel país para retomar tal estilo. Resultó que en Long Beach existe un área conocida como Cambodia Town, y en ella un club nocturno donde conocieran a Chhom Nimol, una joven que cantaba en Khmer, idioma oficial del país, y quien sólo tangencialmente conocía esa extraña forma de rock, debido a que sus padres- músicos ambos- llegaron en calidad de refugiados y con apenas pertenencias.

Inicialmente, grabaron algunos covers del repertorio jemer para consolidar su sonido. Venus on earth es su tercer álbum, que consta ya de material original, compuesto por un sexteto conformado por Chhom Nimol (voz), Ethan Holtzman (teclados), Zac Holtzman (guitarras y voz), David Ralicke (vientos), Paul Dreux Smith (batería y percusión), Senon Gaius Williams (bajo). Además de la colaboración de Gordon "Nappy G" Clay a la percusión.

Dengue Fever no se conformaron con imitar la música de esa parte de Asia sino que también agregaron su conocimiento del surf californiano, el garage sucio, y por si fuera poco algo de spaghetti western y soul etíopep; para la banda sonora de Flores Rotas de Jim Jarmush hicieron un tratamiento del jazzista Mulatu Astatke, quien desde África realizaba una música llena de texturas y armonías poco habituales para los oídos occidentales, lo mismo que hasta la fecha interesa al grupo.

Posteriormente, también aportaron un tema suyo a la cinta La Ciudad de los Fantasmas, firmada por Matt Dillon, que terminó por darles el empujón definitivo, como complemento a su continua presencia en el circuito californiano, donde destacaban por una fuerte presencia escénica.

Para cuando Venus on earth ve la luz, a través del modesto sello M-80, las buenas reseñas y comentarios no se hacen esperar. Publicaciones de la talla de MOJO, The Times, Evening Star, Rock ‘n’ Reel, The Independent y Rough Trade los consignan como una de las bandas a seguir. Pero todo cobra otra dimensión cuando el disco es licenciado por Real World, el sello propiedad de Peter Gabriel, quien como es usual colocó una pieza en el portal de la disquera, “Tiger Phone Card”, para que los visitantes puedan remezclarla a su gusto.

En Venus en la tierra pueden escucharse los resabios de bandas sonoras de Bollywood, algunos acordes de rhythm & blues y una maraña psicodélica, que curiosamente nunca pierde su estirpe pop. Muchas plumas coinciden en que suenan como si se estuviera viendo Kill Bill en ácido y no se explican, el porqué Quentin Tarantino no los ha contactado todavía.

Incluso el nombre de la banda trae consigo una curiosa anécdota. Durante el primer viaje de Ethan a Camboya, en 1998, su acompañante contrajo tal enfermedad, por lo que tuvieron que viajar de Seam Reap a Phnom Penh, en una pickup atascada de gente, que también llevaba pollos. El chofer iba escuchando un cassette de Sin Sissamout y Rosery Sothea. El trayecto fue tan alucinante y en recuerdo del mal que afectaba a su amigo decidió bautizar a su futura banda como Dengue Fever.

La agrupación ya realizó una gira de mes y medio por aquella nación durante 2005, tanto para mostrar su propuesta como para seguir recopilando material, ya que la mayoría de los músicos que tocaban y escribían la música que los ha inspirado fueron asesinados por los Jemeres Rojos. Como documento de ello existe la serie de recopilaciones Cambodian Rocks, que cuenta con varios volúmenes.

El hecho de alternar letras en inglés y camboyano les da una personalidad especial, por ejemplo, en “Sober Driver” se mantiene una conversación telefónica en la que ella le llama a él, borracha, desde una fiesta que se acaba para que vaya a buscarla; él se queja de que le utiliza.

El exotismo oriental y psicodélico se concentran en el tema de apertura, “Seeing hands”, mientras que la canción que le sigue, “Clipped Wings”, posee un riff que en mucho recuerda a “Come as you are” de Nirvana, a la que se le incorpora un saxo cabaretero.

Venus on earth es un álbum sumamente parejo; cada una de sus 10 piezas suma algún elemento distintivo, ya sea el poco usual órgano Farfisa o una línea melódica de ensueño, como en “Moonson of perfume”. Dengue Fever consigue pasar de momentos de intimidad y delicadeza a mostrarse como una sudorosa banda garage. Lo suyo es el alto contraste, tal como transcurre la convivencia interracial en la urbe californiana, lugar desde donde ésta expresión cultural camboyana se está reconstruyendo y cobrando una nueva dimensión.

lunes, 5 de enero de 2009

Tilly and the Wall


Una bailarina de tap, un ratón y mucho optimismo invaden al universo indie.


Sabino Mendez, ex – guitarrista de Loquillo y los trogloditas, se encontró la sabiduría tras de atravesar los inframundos más obscuros –esos que aparecen en la punta de una jeringa-; así que sabe lo que habla. Vuelto hoy día periodista, en un texto titulado Tiffany´s musical nos hace ver que: “El mundo del arte es un mundo de observación. Cualquier representación que salga de él con vitalidad para atravesar los años no procede de otra cosa que del gusto por la vida. Cualquier arte nace en el momento en que vivir resulta incluso insuficiente para disfrutar la vida”.

¡Cuanta razón le asiste! Basta con dejarse llevar con la música de Tilly and the Wall para confirmarlo. Estos oriundos de Omaha, Nebraska, dilapidan un torrente vitalista en cada canción. Que importa si es pop, indie o rock cuando sus canciones, se vuelven tan elusivas como un pez al que tratamos de atrapar con las manos. Al momento de abordar de que va lo suyo nos son útiles dos palabras: desparpajo e imaginación.

Hay que tomar la creación a la ligera para que no les importe si los consideran neo-hippies o los sobrinos de The Mama´s and the Papa´s. Nada impide que este quinteto haga la música que les da la gana, ni siquiera lo hizo la falta de un baterista como tal. A la falta de un miembro había que ponerle imaginación –como a todo en la vida-; ahí estaba su buena amiga Jamie Pressnall, quien militaba en diversos grupos de baile para hacer las veces de un músico convencional auxiliada por el taconeo de sus zapatos.
Del resto se ocupan Kianna (voz), Nick (teclados), Neely (voz) y Derek (guitarra/voz), -el bajeo es compartido-, como lo han venido haciendo desde su debut en 2004 con Wild Like Children, arropados por otro músico nativo de Omaha en pleno ascenso de popularidad; nada menos que Connor Oberst, conocido mayormente como Bright Eyes, quien lo editó en su sello Team love, como también ocurrió con Bottoms of Barrels (05) y su más reciente producción, sintéticamente titulada O.
Tal parece que ese encanto naif que une a los miembros de la banda no se extingue. La chispa de lo esencial se preserva con los años a partir de que su nombre se debe a un libro para niños escrito por Leo Lionni bautizado como Tillie y el Muro; e incluye la anécdota acerca de la forma en que se conocieron, que no raya en lo fantástico ni mucho menos: cuando dos de sus elementos estaban recién llegados a Omaha no tenían televisión, por lo que un amigo los llevó a casa del resto para reunirse a ver Dawson Creek. Primero fue explicito su gusto por la serie y luego emanó su pasión por la música.
En su imaginario musical cabe de todo: cantidad ingente de pop sesentero, preferencia por las armonías vocales entre chico y chica, algunas evocaciones de americana y folk y mucho zapateo de Jamie. En su tercera producción amplían las temáticas de sus canciones, por lo que además de historias colegiales también abordan la astrología, el sexo la naturaleza y la magia.
“Pot Kettle Black” es el primer sencillo de un álbum que también ha sido fichado por el sello inglés Moshi Moshi para su difusión europea. El interés se potenció al encontrarles semejanzas con el sonido de Of Montreal y Architecture in Helsinki, por lo que han decidido mostrar en el viejo continente los haceres de estos freaks procedentes de la Norteamérica profunda, que ya habían picado piedra haciendo una gira junto a Cansei de Ser Sexy.
Gran parte del encanto de Tilly and the Wall radica en que la formación como profesores de dos de sus miembros les ha hecho conservar ese espíritu infantil: “La gente dice que para crecer has de olvidar tu niño interior; ser mayor significa comportarte con seriedad, buscar trabajo... Pero no creo que nadie esté obligado a hacer nada de eso. Ser joven de espíritu consiste en mantener tu libertad. Muchos creen que esto es infantil pero lo cierto es que los que nos abrimos y nos dejamos llevar, somos más felices”, apunta Kianna.
Lo cierto es que en O no hay ataduras, de hecho, su primer sencillo “Pot kettle back” suena garagero, como si de unos White stripes menos clavados y con voz de mujer se tratase, pero la rola funge como un despiste para el resto del disco. Su inmediata acompañante, “Cacophony” abandera todo el homenaje al pop nacido durante el verano del amor californiano; parece un himno emanado de otros tiempos. Mientras que el tema que abre, “Tall tall glass” exhibe su lado de indie-folk, pastoril y encantador.
No se encasillan en un género, prefieren deambular aquí y allá. Trasponer barreras, como el ratón que protagoniza la historia que les da nombre y que vivía junto a un muro, del que todos le dicen que no hay que preguntarse qué hay del otro lado. Tillie decide conocer la verdad y se aventura, representando a los inconformes e irreverentes. La banda comparte a fondo tal actitud: “El mensaje es: sé aventurero y no dejes que los demás te impidan mirar hacia otro lado. Lo mismo pasa en la música. La gente te dice que no innoves, que hagas lo que sabes que funciona... Pero yo quiero saber qué hay al otro lado, quiero salir, descubrir, divertirme... Así que pienso que nuestro nombre nos define mejor de lo que nosotros mismos pensamos al elegirlo. Al principio no le dimos mucha importancia; era bonito, nos gustaban las ilustraciones del cuento y necesitábamos un nombre para nuestro primer concierto... Fue algo intuitivo pero ahora veo que elegimos bien”.

Tilly and the Wall son una banda atípica en cuanto a estructura y recursos; no deja de sorprender el zapateo de la chica sobre el escenario, -que por momentos es abrigado por caja de ritmos y secuencias-; luego viene una actitud positiva –lo que ya no es frecuente en un mundo ensimismado-. O es un disco en el que el colectivo sigue dando la batalla; incluso funcionan como una familia ambulante pues dos de sus miembros están casados. Con todo, al final del día lo que quedan son las canciones: bien tocadas, sencillas y vehementes, cada una refleja un tanto el anhelo que han acuñado como banda: “Da la sensación de que todo el mundo esté cansado y haya tirado la toalla. Ante la decepción, la gente olvida su inocencia… sabemos que la vida puede ser difícil, incluso triste, pero hay que seguir adelante porque, quieras o no, el sol saldrá de nuevo”.