martes, 6 de septiembre de 2011

Pj Harvey, la vorágine que sacudió a Inglaterra


En noviembre del año pasado un comando estudiantil irrumpió a la fuerza en la sede del partido conservador en Inglaterra y provocó todo tipo de destrozos. Unos cuantos días después, manifestantes callejeros arrojaron latas de pintura al auto en que viajaban el Príncipe Carlos y Camila Parker. Sin duda, eran señales de la inconformidad que se gestaba.

Hoy día, las fuerzas policiales se esfuerzan por devolver a Inglaterra al orden y el sometimiento. Pero la rabia sigue allí… no es algo que se extirpe, que se elimine por decreto. El rencor hacía el sistema social se va acumulando progresivamente y permea de varias maneras. La violencia callejera y los asaltos a tiendas de electrónicos y calzado deportivo no lo son todo. Es por ello, que Let England Shake, (Universal, 2011) el disco más reciente de P J Harvey, resultó en cierto modo profético, pues plasmaba el estado de ánimo de un país casi siempre presente en conflictos bélicos, depauperado y con estructuras sociales y económicas muy deterioradas (viviendo de glorias colonialistas).

Esta enorme artista, nacida en Yeovil, compuso una obra mayor concentrando la sensación de estar inserta en un país decrépito y beligerante. Tomemos de ejemplo la canción “The color of the earth”, que incluye unos versos que dicen: “If i was asked i’d tell / The colour of the earth that day; / It was dull, and browny-red, / the colour of blood i’d say”. Y es que desde sus primeras presentaciones en sociedad, el disco estaba destinado a subrayar sus connotaciones socio-políticas. Quizá en mayo de 2010 no era particularmente relevante, pero Polly se presentó en el programa televisivo de Andrew Marr para tocar el tema que da nombre al disco y coincidió con que el invitado principal era nada menos que el primer ministro Gordon Brown. Cuando le preguntan acerca de aquel momento, lleno de tensión y simbolismo, la cantante explica: "Fue una experiencia extrañísima, y probablemente uno de los momentos álgidos de mi carrera". La pieza habla de un país envuelto en la vorágine.

Todo este contexto me permite desear que este sea un texto sobre música y a la vez no lo sea. Let England Shake es una experiencia profunda, quizá no siempre agradable; sus canciones tocan fibras sensibles sin carecer de un feeling estético muy especial. En él hay mucho de experiencia sensible pero también de reflexión seria. Lo encuentro estrechamente conectado con una conversación que recientemente sostuvieron los dos grandes de la filosofía contemporánea: el esloveno Slavoj Zizek y Peter Sloterdijk, alemán de nacimiento. En el diálogo titulado La quiebra de la civilización occidental, el periodista Nicolas Truong tiene oportunidad de intervenir y perfilar hacia donde apuntan los tiros en este momento: “Occidente vive una crisis del porvenir: las nuevas generaciones ya no creen que vivirán mejor que las anteriores. Una crisis de sentido, de orientación y de significación. Occidente sabe más o menos de dónde viene pero le da trabajo saber adónde va. Ciertamente, como decía el poeta francés René Char, “nuestra herencia no es precedida por ningún testamento” y a cada generación le corresponde dibujar su horizonte. Nuestros tormentos, sin embargo, no son infundados. El sentido de lo común se fragmentó. Con el “cada uno en lo suyo”, el sentimiento de pertenencia a un proyecto que trascienda las individualidades se evaporó. El derrumbe del colectivismo –tanto nacionalista como comunista– y del progresismo económico dio lugar al imperio del “yo”. El sentido del “nosotros” se dispersó”.

Cuando le preguntan a Harvey que siente a propósito de las protestas sociales –como la de los indignados en España- señala: “Es excitante ver a la gente apasionarse, levantarse y expresar aquello en lo que cree y en lo que no”. Sloterdijk y Zizek, que aceptaron debatir públicamente por primera vez sobre estos temas, al menos coinciden en torno a la idea de partición, y de que el bien común y el sentido de comunidad parecen haber volado en pedazos.

Para la prensa europea no pasó desapercibido el hecho que Let England Shake puede ser tomado como un acto de resistencia civil o de protesta. Así que fue inevitable volver a la pregunta acerca de sí un disco puede ser útil para cambiar en algo las cosas; P J es alguien que siempre ha dado la batalla: “Me gustaría pensar que sí. Me encantaría; hubo un tiempo en que era posible, en que la música tenía el poder de cambiar las cosas, de modificar el paisaje, pero no estoy segura de que eso sea viable hoy en día. Vivimos una época extraña, una época de gran desasosiego y de cambios políticos. Es difícil saber qué va a salir de todo esto. Sólo nos queda la esperanza de que seamos capaces de extraer algo bueno de lo que está sucediendo en el mundo”.

Y es que esta mujer sabe mirar en perspectiva; no en vano las canciones actuales se remontan a conflictos tan antiguos como Gallipolli y terminan revisando lo que pasa en Afganistán. PJ Harvey asume a la guerra como parte de lo humano, no en vano aparece una trompeta como llamando a las tropas en “The glorious Land” haciendo un contrapunto perfecto con versos que se remontan a la muerte: “What is the glorious fruit of our land? / Its fruit is orphaned children”.

En Let England Shake la acompaña su tándem habitual de trabajo: John Parish, Mick Harvey y el afamado productor Flood, cada uno se amolda a las necesidades creativas de Polly, que ahora pasan por usar recurrentemente una autoarpa, con lo que obtiene el carácter de un juglar del siglo XXI. No en vano ella dice que entiende a sus discos como una colección de poemas; claro que ahora tiene ese cariz de quien se sumerge en los acontecimientos: “Al escuchar el disco encuentras historias sobre cosas que están sucediendo en el mundo, narradas a través de diversos personajes, testigos de las materias sobre las que trato".

Poética y reflexiva, más sagaz y afilada que nunca, sus temas y decisiones nos hacen concentrarnos en su octavo disco como solista, o décimo si se cuenta su labor en mancuerna, antes que debatir si Rid of Me (1993) es mejor que Stories from the city, stories from the sea (200); no es relevante si se prefiere Is this desire? (1998) que To bring you my love (1995).



Se trata de un disco tan especial como el contexto en que fue grabado (en una antigua iglesia en Dorset, ubicada en lo alto de una loma junto al mar). Se trata de una obra de madurez de una artista que ha logrado reinventarse a lo largo del camino artístico que ha recorrido y de la que puede decirse que posee incluso la clarividencia de los grandes pensadores. Allí es cuando la Harvey pareciera hacer suyo el discurso de Sloterdik: “Hemos acumulado tantas deudas que la promesa del reembolso en la cual se funda la seriedad de nuestra construcción del mundo ya no puede sostenerse. Nadie en esta Tierra sabe cómo pagar la deuda colectiva. El porvenir de nuestra civilización choca contra un muro de deudas”.

miércoles, 17 de agosto de 2011



Un hombre se fuga del crematorio al que ha asistido para sentarse en la barra de un pub y establecer un monólogo interior sobre los trajes, la cerveza y la vida misma. Así es “The Copper Top”, una pieza casi de spoken world que sirve como atípico sencillo para un álbum que demoró 8 años en completarse.
Tras aparcar Arab Strap, el escocés Aidan Moffat ha labrado una carrera en solitario afincada en canciones que cronican el desbarrancadero de las pasiones o bien las acendradas rutinas que conlleva la vida adulta. Su acercamiento siempre es agridulce y conmovedor. Y esta colaboración con el pianista y compositor Bill Wells no lo es menos; este veterano del jazz ha tocado con The Pastels e Isobel Campbell, entre otros.
Y aun cuando los temas lentos (“The Greatest Story Ever Told”) les salen llegadores, la verdadera sorpresa radica en “Glasgow Jubilee”, que es una variación up tempo que hasta podrían firmar Gorillaz, y que le permite a Aidan soltar en cascada su discurso.
Para acentuar su excentricidad, existe una edición de triple vinyl y 14 temas adicionales, además de las partituras. He aquí un tratado sobre la fragilidad emocional que nos hace ver que pese a nuestros esfuerzos, todo esta envejeciendo a nuestro alrededor. Tras su escucha es inevitable percibir que la fama está pésima e injustamente repartida.

lunes, 27 de junio de 2011

The Queen is dead, a 25 años de un momento cumbre del pop británico



Con el regreso de Pulp en el Primavera Sound y luego con intervención sorpresa en Glastonbury, las sesiones dedicadas a tragos y música se sazonan con la disertación acerca de las bandas que mejores letras poseen. Y aquí es cuando la grandeza de la banda Morrisey y el guitarrista Johnny Marr emerge y se coloca hasta adelante.
The Smiths vivieron en estado de gracia con la melodía y su cantante contaba con la cultura suficiente para elaborar preciosas piezas que se nutrían de un gran habilidad para el retrato pero sazonados con grandes dosis de ironía. El sabor de la lírica de los de Manchester es agridulce. No hablaban de felicidad y parajes soleados. En lo suyo siempre hubo un dejo melancólico. Se mostraban como dandis del pop británico de los ochenta y sabían como plasmar su entorno a través de composiciones de alta calidad literaria, que nos llenaban de ilusión, así tuvieran un contexto triste.
Mientas en México temblaba en 1985, los Smiths, que se completaban con Andy Rourke (bajo) y Mike Joyce (batería), se encontraban encerrados grabando su tercer álbum, que se vería pospuesto en su edición por problemas con Rough Trade –su disquera-. Vio la luz hasta junio de 1986, mientras nos sumergíamos en el furor del mundial de futbol.
En su versión original en vinyl, el disco se abría como un gran cuaderno de tonos verdosos en el que podíamos ver a la marmórea figura del actor Alain Delon, tomada de un still de la película L’Insoumis, en el que aparece tendido y como en un trance lánguido.
Poco me dice que hallan trepado al lugar número 2 del top británico, al 70 del Billboard gringo, ante una canción de una belleza sublime como “The Boy With The Thorn in His Side”; a la postre considerada una de las grandes favoritas del grupo en palabras del propio Morrisey.
El disco al menos tiene otras tres dcanciones que alcanzan las cotas más altas de exigencia. En “There is a Light That Never Goes Out”, “Some Girls Are Bigger Than Others’s” y “Bigmouth Strikes Again” hay estribillos inolvidables y guitarras elusivas trazando arabescos, siempre aplicadas a un pop de lustre. La grandeza de aquellas hace que nos acordemos poco del tema que le dio nombre al Lp y que fuera otro ladrillazo contra la pestilente monarquía.
La historia musical de occidente reluce en cuanto al trabajo melódico y The smiths fueron unos enormes artesanos. The Queen is dead es un trabajo generoso. Ahí está también una “Vicar in a Tutu” esplendente. Se trata de una obra maestra que engalana la parte alta de toda lista acerca de los mejores discos de la historia. Como los buenos vinos, con el paso del tiempo va ganando en personalidad. Se trata de un disco que se quedará con nosotros para siempre. Se ha ganado su lugar en una gaveta localizada entre el placer y el dolor.

jueves, 5 de mayo de 2011

Za!: en la aldea cósmica del caos no hay error



Edu Pou (Spazzfrica Ehd) y Pau Rodríguez, (Papa duPau) han decidido dejarse llevar por el pulso del caos y como si fueran émulos musicales de Borges, crear su Aleph particular donde confluyan pasado, presente y futuro en un mismo plano. Za! es sinónimo de libertad total, de desenfreno, llevado con sentido del humor y un poco de nociones ecologistas.
Megaflow –su segundo disco- emana notas mutantes, sonidos estridentes sin patria ni bandera. Juntos hacen algo que descoloca a la crítica tradicional, que ha recurrido a etiquetarlos como: primitivismo futurista o post-world music. Se recurre al lenguaje conocido para nombrar aquello que traspone la lógica simple. Y es que el recurso se justifica cuando la pareja expone lo que llegan a concentrar: "En una misma canción de este disco tocamos fado, nu metal, punk ruidoso y un jazz muy reflexivo, pequeñas versiones de grupos imaginarios".
Dignos herederos de Frank Zappa, estos catalanes no son unos recién llegados. Ya en 2009, con su debut Macumba o Muerte se colocaron como segundo mejor álbum del año y uno de los mejores de lo que va del siglo XXI, según la influyente revista española Rockdelux.
Megaflow descoloca, interroga, increpa… esas son su virtudes; se desplaza de lo conocido, se adentra en territorios musicales ignotos. Si volvemos e insistimos en el universo borgiano y su manipulación del tiempo, no encontraremos tan extraña la manera en que trabaja esta mancuerna: “El pliegue espaciotemporal permite que lo experimental se pueda cantar en el baño, que el ruido tenga estribillo y que las "músicas del mundo" se toquen con tres distorsiones y la guitarra pasada por dos amplificadores distintos”.
Pau estudió nociones básicas de trompeta y Edu dominó la batería casi de forma autodidacta. Lo que no les impide manipular gran cantidad de instrumentos –incluso en el directo-. Entre los dos –tras la partida del bajista Alberto Alegre rumbo a Camboya- montan y dirigen su orquesta freak, que parte se segmentos estructurados previamente pero que da mucho espacio a todo tipo de improvisación.
Uno de sus aciertos ha sido evitar que tal saturación de elementos se desparrame y pierda cohesión. No en vano llevaron el material grabado en España con Santi "MuerteMuerteMuerte" García para que fuera masterizado por Jeff Lipton, colaborador de Arcade Fire, Battles y Lightning Bolt. De allí el caos salió potenciado y rozando altas cotas de calidad de audio.
Acerca del secreto que habita en un álbum –editado por discográficas de tres países simultáneamente- la pareja explica en el Blog del sello Acuarela que: “radicaba en un agujero de gusano cósmico donde lo más probable es que todo encaje, donde Frank Zappa se marca un solo encima de los Animal Collective cantando en modo hooligan, donde la Orchestra Baobab de Senegal toca gamelan tomando prestados los instrumentos de los Boredoms, mientras Super Mario coge una estrella y corre desnudo por el museo del Cairo”.
De hecho, han tratado de que la gente interactúe con sus creaciones, en la instalación homónima que hicieron en la Fundación Joan Miró de Barcelona, los visitantes pueden manipular los temas y modificarlos a su gusto. Precisamente, el aspecto de la improvisación es algo que inquieta a la prensa europea; Za! simplifican el proceso –que también exploran en el proyecto alterno conocido como La orquesta del caballo ganador-: "Llevamos partes cerradas, más complejas, hasta que uno hace una señal, un riff, un acorde, lo que sea, y llega el momento de la improvisación. Tanto en el estudio como en directo. Hablamos de improvisación conducida, a la manera de Butch Morris, un tío que venía del free jazz y que se inventó un sistema de señales para conducir toda una orquesta, indicando simplemente texturas, volúmenes o tipos de sonido".
Para desenmarañar un poco todo el entuerto la portada del disco hace las veces de un mapa conceptual en el que el grupo construye una especie de biografía reconociendo influencias a modo de un sincero homenaje.
En apenas 46 minutos, Megaflow (Acuarela/Gandula/Discorporate Records) ofrece una experiencia alucinante y alucinada que recién han mostrado en el South By Southwest de Austin, Texas, y de regreso en Europa por Alemania, Inglaterra y Portugal. En ambos lados del Atlántico pudieron constatar ese fluido crepitante de free jazz, noise rock, metal, música clásica y folk psicodélico. Influencias divergentes que se aglutinan con el ánimo carnavalesco de Za!: "No entendemos por qué se asocia lo experimental siempre a lo serio, a lo trascendente. Se trata de probar, divertirse".
Pero medios y escuchas insisten en obtener una respuesta simple y comprensible del concepto de Megaflow; un acto tan nimio en el que no suele caer la pareja. En sentido contrario repiten que se trata de un lugar mental: “Es justo ahí donde se encuentra el Mundo Estrella, un estadio bidimensional formado solamente por seres que disfrutan y bendicen cada día las bondades que nos ofrece PachaMadreTierra. Camaradas, gritad nosotros y simulen un delay a lo King Tubby: ¡WAH!... Wah! wah! wh! w!”. Una reverberación que se va extinguiendo con la certeza de que en la aldea cósmica del caos no hay error.

sábado, 19 de marzo de 2011

¡Que se mueran los hipsters!


Los desplantes provocados por la coyuntura mediática, la moda y el raquítico derivado de la vanguardia a lo que ahora llamamos “tendencia”, ciertamente provocan algo de repeluz, nauseas o comezón ideológica. También es innegable que a los sociólogos de última generación les encanta seguir subdividiendo al colectivo social en tribus urbanas cada vez más específicas.
Allá ellos, pero cuando esos cazadores de modas pasajeras llegan a afirmar que ahora en nuestra escena padecemos de males endémicos de otras regiones del mundo ponen sobre la mesa un debate al menos fastidioso y molesto. Mucho se lo deberían pensar al recordar que bastaron unas cuantas notas a tope de rating para que algunos emos resultaran tundidos por ciertos intolerantes. ¿Ahora resulta que en la escena músico-cultural mexicana estamos rodeados de hipsters? ¿Será un asunto estrictamente chilango o habrá hispsters mayas, chuntaros, tuzos o charros?
Lo que debemos acotar con firmeza es que tal estereotipo debía de seguir circunscrito a Nueva York y su área metropolitana. Allá inventaron el término, en tal sitio les sirve y su contexto cultural lo explica y sostiene. ¿Quién les recomendó que copiaran tal concepto y lo asentaran en tierra azteca?
Y es que en estas cuestiones socio-culturales nunca parece existir a quien echarle la culpa, pero en esta ocasión ocurre que al menos en Norteamérica el que esta palabra regresara a la jerga juvenil se lo debemos al menos a dos hombres con influencia comercial y de medios.
Uno de ellos es el responsable de las tiendas American Apparel: Dov Charney, instigador de una marca que pretende explotar un estilo de vida bohemio, “alivianado”, intelectual pero con poder adquisitivo, y el otro es Gavin McInnes, fundador de la revista Vice, acaso la publicación que inventó todo esto y que enarbola los mismos adjetivos entorno a la idea de: ser avant garde pero con billete, aquí no caben los hippies… por pobres.
A estos creativos les debemos el retorno de un término acuñado en 1957, por Norman Mailer en su ensayo The white negro. En aquel entonces aquellos urbanitas blancos se esmeraban en apropiarse de la cultura afroamericana y desplazarse del dominio de los WASP (blancos, anglosajones y protestantes). En tal contexto apareció la beat generation, a los que no les cuadró el calificativo. Algún crítico atento les colgó la etiqueta estirando alguna frase suelta de una entrevista.
Unos años después el sueño revolucionario terminó y casi nadie tuvo presentes a los hipsters, aunque siempre los hubo. Allá les cuelgan el milagrito a los que están atentos a todo lo último y lo hacen suyo, cuando acá resulta que se aplica para sustituir al calificativo de poser, de alguien que es un posado, un impostor, un mero copista de las modas, del hype. Y claro que hay muchísimos pero ¿qué necesidad había de decirles hipsters?

Entre la banda de por estos lares ya les colgaban el epíteto de wannabes, mientras que en España les llaman simplemente: modernos. Y es que en todos lados nadie quiere que se le llame de tal manera, ninguno se quiere subir al barco. Es un movimiento sin militantes. Nadie acepta abierta y orgullosamente ser un hipster.
El caso es que en pos de caracterizar a uno de ellos habrá que señalar que en su mayoría son gente urbana que crítica a las sociedades contemporáneas (aunque se alimenta de ellas), que son coolhunters (cazadores de tendencias), que buscan tomar lo más excéntrico de la moda (comida vegetariana, ecologismo, filosofías orientales). Habrá que precisar que no son precisamente jóvenes sino más bien se niegan a envejecer conservándose siempre en lo in.
En el caso de Norteamérica se trata de un fenómeno que no es nuevo y al que se viene rastreando desde antes del cambio de siglo. Incluso Mark Greif, editor de la revista n+1, ha contribuido a generar análisis más serios a través del libro What was the hipster? Valga subrayar que se trata de una óptica que aborda el tema desde una perspectiva de pasado.
Este periodista concentra en Nueva York el génesis de tal fenómeno: "Mi abuela vivía en el Lower East Side cuando en 1999 empezaron a venir los hipsters; se alegró. Con ellos venía más policía y calles limpias. Para ella eran monos. Jamás pensó eso de los punks. No le gustaba ni la palabra".
Se entiende entonces que no se trata de una variante de la contracultura sino de una derivación del marketing alternativo. Para el ensayista Eloy Fernández Porta, autor de Homo Sampler, no es complejo entender la situación, dado que: "Los modernos han sido las tropas de choque de la gentrificación, son los hijos del neoliberalismo, de la victoria definitiva de la sociedad de consumo. Están fuera del sistema esperando poder entrar. En su comunidad hay más coolhunters o diseñadores que músicos y poetas".
Ser hipster –aunque muchos lo nieguen- es sinónimo de oportunismoy hoy día parece que nadie los acepta. Existen blogs como Look at this f*cking hipster o camisetas con la frase: "Odio a los modernos”. Para Fernández Porta no son un grupo escaso: “No son como los punkis, hippies o incluso emos que al lustro de su nacimiento pasaron a ser secundarios en el mapa sociológico. Los hipsters son casi una casta”.
En tierra del Tío Sam juran contar con su escritor neo-hipster: Dave Eggers. Y en un tirón han colocado en la palestra a la tendencia pastoral de bandas como Fleet Foxes. En lo que respecta a México la cosa sería juzgar que en realidad el país se concentra en las expresiones del mal gusto. Basta con checar la música que impera, el tipo de estética que las televisoras imponen, la incultura masiva, es decir, el imperio absoluto de lo naco; entonces deberemos de preguntarnos: ¿preferimos que todo se quede como está o es opción elegir una nación de hipsters?
Cómo sea, ahora los hipsters están aquí –llenando bares y conciertos-, ¿deberemos de cuidarnos de ellos más que de el dengue, la malaria o cualquier otro virus mutante? No parecen existir señales que la versión nacional de estos posados se encuentre en vías de extinción sino todo lo contrario; ¿será momento de desear que se mueran los hipsters?

martes, 22 de febrero de 2011

Nick Hornby, un novelista converso a la canción; Ben Folds, un músico usando letras ajenas


Nick Hornby es un escritor que se ha ganado nuestra confianza por la veracidad que suele emanar de su prosa –y no es que siempre se mueva en clave autobiográfica-; se trata más bien de un tipo que suele exprimir el tuétano a la existencia y contar las intimidades –incluso más nimias- de un cotidiano al más puro estilo británico. Ya sea desde de las furiosas tribunas de los hinchas del Arsenal (Fiebre en las gradas), a partir de la perspectiva de un melómano en plena crisis de la edad adulta (Alta fidelidad), o bien como un patineto adolescente que se convierte en padre prematuro (Todo por una chica).
Egresado de la Universidad de Cambridge y en algún momento colaborador de Esquire, The Independent, GQ y Time, en sus libros se desborda la crónica de la clase media inglesa, aunque curiosamente ha puntualizado que sus principales referencias literarias proceden del otro lado del Atlántico: “siento que la escritura americana me ha formado mucho más que la propia. Es esa sencillez e inclusividad americana, su alma, su carencia de alusión. Mis propios héroes y modelos literarios, la gente que hizo que quisiera escribir, fueron todos americanos: Lorrie Moore, Tobias Wolff, Carver, Ford, Roth”.
El gran público lo descubrió no por su faceta de Dj o de spoken Word –que eventualmente aborda- sino por la adaptación cinematográfica de An Education (con Hugh Grant como protagonista). La buena racha llevó al autor de 31 canciones a organizar una celebración en la que estuvo presente su buen amigo Ben Folds, de quien eligió el tema “Smoke” para disertar en aquel libro.
Pese a que el músico norteamericano le contó que estaba tratando de asimilar a los grupos conformados por universitarios que interpretan a capella sus temas, Hornby le convenció para que trabajara con algunas letras que iría componiendo y que le haría llegar por mail. Así el novelista probaría con la idea del songwriter y el compositor debería de arreglárselas con textos ajenos.
Nonesuch Records se convirtió en el sello que albergaría a Lonely Avenue (10), un proyecto que para el escritor resultó muy equilibrado: “tiene su propia voz, que viene de algún lugar entre nosotros dos”, mientras que Folds le cede el protagonismo al debutante: “Me sentía como si hubiera encontrado una rareza en eBay o algo así. Nick debería haberlo hecho antes, pero es su primer gran esfuerzo y siento como si yo realmente estuviera de más.”

Ben trazó perfectamente la ruta de creación: preparó todo junto a su habitual cómplice Paul Buckmaster, colaborador nada menos que de Miles Davis, Elton John, Leonard Cohen y David Bowie; luego se trasladó a los míticos Abbey Road para grabar y masterizar, pensando siempre en el vinilo como formato fundamental y luego en sus otras versiones.


El resultado dista mucho de ser vanguardista, más bien raya en lo old school. Era presumible que los tiros irían más en la ruta de canciones de tufo oldie, quizá con Elvis Costello o Joe Jackson en mente. A fin de cuentas, las historias no se alejan de ese sabor tan agridulce que nos deja Nick en la mayoría de sus textos: En “Picture Window” una madre cuida a su hijo recluido en un hospital mientras observa los fuegos artificiales de Año Nuevo por la ventana; mientras que “Belinda” se remonta al ocaso de una carrera artística con más pena que gloria. Aunque su capacidad irónica se concentra en “Levi Johnston’s Blues”, dedicada al joven que embarazó a la hija adolescente de la pre-candidata republicana a la presidencia de los estados Unidos, Sarah Palin, y al que luego le dio por dedicarse al porno.

El contexto narrativo era preciso, por lo que Folds colocó por allá una sección de cuerdas, acá confeccionó una balada, jugueteó también con el pop de cepa, pero, ante todo, fue el responsable de cantar los temas, algo que sin lugar a dudas Nick no podía llevar a cabo. Sobre el papel desarrollado, Ben acota: “Al componer la música tuve que recorrer la gama que va de ser lo más simple a convertirme en Shostakovich”.
Por supuesto que la capacidad de Folds quedaba de manifiesto, no sólo en álbumes como Naked Baby Photos (98), The Unauthorized Biography of Reinhold Messner (99), sino también por su capacidad de improvisación. A comienzos del año organizó un concierto dedicado a la red social Chatroulette, que se dedica a enlazar desconocidos sin ningún vínculo aparente. Las personas aparecían en la pantalla y tras una muy breve intervención sobre quien eran, el compositor les dedicaba una cancioncilla. Varias versiones del acontecimiento ahora pueden verse en internet, por lo que un tipo que se conectó sentado en la taza del baño y con el rollo de papel bajo el brazo ha sido visto ya por más de 5 millones de personas. Curiosa manera de ceder parte de la intimidad, en una humorada muy del sello Folds.
En ese tenor, cierta parte maliciosa de la prensa –considerando el buen oficio letrístico de ambos involucrados- le recomendaba a Hornby que cuando vuelva a acumular grandes letras, mejor se las mande a un tipo que en verdad las necesite, como Liam Gallagher de Oasis. Pero no hay que olvidar que Lonely Avenue surge antes que otra cosa por el fuerte nexo de amistad que procede de varias años atrás, tal como lo cuenta el norteamericano: “En uno de mis primeros conciertos- como Ben Folds Five- probablemente cuando Alta Fidelidad estaba en su apogeo, Nick estuvo en uno de ellos. Si hubiera sabido que el muchacho cuyo libro estaba leyendo estaba allí, me hubiera puesto bastante nervioso. Incluso aunque no llegamos a conocernos, ahí fue donde empezó todo: él estaba escuchando mi disco mientras que yo leía su libro al mismo tiempo”.




lunes, 13 de diciembre de 2010

Enrique Morente, hasta pronto!


Enrique Morente transformó al flamenco y de paso creó uno de los discos más transgresores del siglo XX, Omega (junto a Lagartija Nick), donde incluye versos de Federico García Lorca y Leonard Cohen, entre otros. Falleció a los 67 años de edad, apenas algunos días después de haber cantado delante del Guernica de Picasso, a quien dedicaría un nuevo disco abriendo el 2011. Aquí ofrecemos un texto sobre su pasada entrega discográfica a modo de homenaje a un Cantaor único, a una voz capaz de derribar a una muralla, a un creador libérrimo e irreductible.

Enrique Morente o de las raíces del flamenco
Si existe un territorio musical donde la tradición se defienda con celo y algo de fanatismo es el del flamenco. Los viejos maestros y los eruditos calculan y valoran con tiento cada incursión para aquilatarla o desterrarla de los círculos ancestrales. Es por ello, que al cante le cuesta tanto tirar para adelante. Casi siempre se insiste en que a lo hecho por los artistas de leyenda no se le supera, si acaso se le iguala.
Pese a cierta inercia conservadora, de cuando en cuando surgen figuras que a través de su hacer son capaces de renovar el pasado y proyectar su arte hacia el futuro. Así lo ha hecho el granadino Enrique Morente (1942), que si bien comenzó su carrera apegado a las formas y estructuras históricas del flamenco halló la manera para alimentarlo de referencias poéticas y coqueteos con otros ritmos y escuelas más contemporáneas, como lo es el rock.
En su discografía conviven desde trabajos de línea pura como Cante Flamenco (67), acompañado por Félix de Utrera y Nueva York/Granada, Morente-Sabicas (90), la última grabación del maestro navarro de la guitarra, con obras de una inmensa capacidad rompedora como su Misa flamenca (91), con textos de San Juan de la Cruz, Fray Luis de León, Lope de Vega y Juan de la Encina; Omega (96) junto al grupo de rock granadino Lagartija Nick y numerosos artistas del flamenco, como Vicente Amigo y Tomatito, para adaptar poemas de Federico García Lorca y temas del cantautor canadiense Leonard Cohen. Este disco ha sido todo un referente en la revolución del flamenco e incluso se presentó en México en 2008. Otro trabajo en el que abreva de fuentes literarias es Morente sueña la alhambra (05), revisando autores hispanos y moros.
La gran capacidad interpretativa de Morente le ha llevado a montar, en 1988, el espectáculo El loco romántico, basado en Don Quijote de la Mancha, a presentarse ante la Catedral de Barcelona, acompañado de las Voces Búlgaras y más recientemente en el Festival Primavera Sound 2008, aclamado por un público joven y eminentemente rockero.
Pero en su trayectoria no existía un disco grabado en directo y concebido como tal. Por lo que decidió que el sucesor del álbum dedicado a Picasso, Pablo de Málaga (08), fuera su primer material en vivo y que obedece a una petición directa de su esposa Aurora, quien le pedía hacer un disco para la familia, totalmente flamenco, para que se despegará de “los discos raros que suele hacer”.
Así es como surge Morente Flamenco (Universal, 09), una revisión generosa y amplia de los distintos palos –claro, no están todos- en compañía de cinco guitarristas de primera línea: Juan y Pepe Habichuela, Rafael Riqueni, David Cerreduela y Juan José Suárez “Paquete”.
Este repaso a las raíces del género incluye homenajes a sus maestros, como la serrana de Pepe de la Matrona y los tientos a Sernita de Jerez, además del repaso a “Tangos de la vida”, “Soleá de los cañaverales” y “Fandangos naturales”.
El único tema inédito es el que abre y cierra la sesión. “Nana de Oriente” está dedicada “a las madres que han perdido a sus seres más queridos en guerras y cruzadas” y en ella aparecen sus hijas Estrella –de amplio reconocimiento- y Soleá –prácticamente haciendo su debut-. A ellas se suma un coro de niños –en el que están los nietos- para crear una atmósfera de tintes nostálgicos en esta bulería.
Considerado la primera figura del cante, cada proyecto de Morente despierta gran atención mediática. Es un hombre acostumbrado a tratar con la prensa, Pero no deja de sorprender la sinceridad humilde con la que aborda el comienzo de su carrera, que tuvo, en la década de los setenta, una importante estancia en suelo nacional. Cuando el periodista Luis Troquel se remonta a la pervivencia en el tiempo del cantaor, Enrique hace memoria: “A mí, cuando me preguntan dónde aprendí a cantar, tengo que decir: en México. Todo el mundo cuenta que aprendió en las cuevas, con su tía no sé qué, con su abuelo no sé cuántos, qué si soy nieto de tal y heredero de cuál dinastía… Pero en mi caso no fue así. Claro que le debo mucho al arte que tenía mi madre, que cantaba de maravilla aunque no se dedicara a ello, pero yo me encontré a mí mismo en México. Yo soy casi más mexicano que español”.
En nuestro país editó primero un disco-homenaje a Miguel Hernández (71) y convivio con artistas e intelectuales del exilio, entre ellos, Paco Ignacio Taibo I, que frecuentemente invitaba a españoles a comer y donde surgió una anécdota sensacional: “Todos los días aparecíamos unos cuantos caraduras a comer. Todos en una mesa muy larga… Había un tipo que casi no hablaba pero se reía mucho con las tonterías que decíamos el guitarrista y yo… y al cabo de unos años me cultivo un poco más, cojo algo de cultura, y un amigo me regala un libro que se llama Pedro Páramo y digo: ¡Pero si este es Juanito!”.
Así es el hombre del que se dice que "ha inventado el cante del siglo XXI". Un respetuoso de las fuentes de las que ha abrevado, al tiempo que ha sabido transgredir barreras y clichés: “El flamenco está ligado a muchos tópicos, a mentalidades casi islámicas. Dogmas y confusiones no dejan libre el oído. Me parece grave que sectores del flamenco adopten una actitud de partido político dentro del arte, atacando a unos y defendiendo a otros. Entender el flamenco, aun sin estar metido en este mundo, lo entiende todo el que sabe escuchar".