martes, 20 de mayo de 2008

La longitud de los telómeros ¿Sueña la memoria que el futuro tuvo un pasado?

EPÍLOGO I
Nadie supo encontrar explicación clínica alguna; se especuló en torno a los sustitutos alimenticios –esa dieta química en evolución imparable-, el stress causado por el ritmo de vida o bien alguna distorsión genética –involuntaria o no-, el caso fue que la acometida de lo que fue denominado alzheimer súbito prácticamente no pudo detenerse. Millones de personas progresivamente fueron perdiendo sus recuerdos, después su personalidad y por último sus instintos vitales. Pocos se percataron que la enfermedad se presentaba en las personas cada vez a una edad más temprana. La primera crisis global sobrevino cuando el sector poblacional afectado se encontraba entre los 28 y los 25 años de edad. El sistema productivo colapsó y los más jóvenes lo tomaron como una especie de revancha biológica, como si una revuelta de la naturaleza retomará ciertos preceptos punk acerca de desconfiar de los adultos, de su legado e ideología. Aquello de queremos el mundo y lo queremos ahora se les presentó inesperadamente, lo tuvieron en las manos y no supieron que hacer con ello, antes de que la enfermedad los alcanzara.

EPÍLOGO II
Tampoco fue posible una mayor explicación acerca del lapso en que la humanidad estuvo en tiempo suspendido, porque nadie pudo darse cuenta de ello. No más historia ni sentido del tiempo. Cuando los primeros comenzaron a re-funcionar o re-existir se debió a la instalación de una neuro-interfase, que a manera de loop permanente repite a cada individuo su nombre, profesión y datos generales. Se trata de un complemento del pensamiento natural que evita, o cuando menos, retrasa los efectos de la perdida súbita de memoria. De alguna manera quienes estaban vinculados con la nanobiotecnología fueron los primeros en recomenzar la existencia, tras un complejo proceso de revalorización de la memoria. La tarea inicial consistió en encontrar una razón para seguir adelante.

EPÍLOGO III
Hubo que comenzar desde un punto cero, ya que al estar en un presente continuo y carecer de una forma de recuperar el pasado volvía prácticamente inútil al futuro. Ninguno contaba con recuerdos y la memoria era un asunto de corto plazo. Cuando por razones de mejoramiento de software neuronal hubo necesidad de recurrir al pasado, los responsables del rescate de la información se dieron cuenta de que ningún aparato de almacenamiento de datos funcionaba. Los sistemas de preservación de la vida mantenían una sinergia operativa pero carecían de bancos de datos. No guardaban nada que no fuera imprescindible para su funcionamiento esencial. Tardaron en saber inicialmente en que tipo de sustratos se guardaba la información, pero cuando consiguieron tener una idea también vino la conclusión de que no era posible hacer funcionar a ese inmenso cúmulo de objetos inservibles e incluso en caso de que lo consiguieran, no había señales que hicieran suponer que los datos existieran y no se hubieran borrado.

EPÍLOGO IV
El principio de supervivencia y preservación de los nano-clones y bio-replicantes les obligó a trazar un mapa preciso de las zonas en que se podía circular. Debieron descartarse las regiones en que los desechos industriales y la basura se acumularon de tal manera que las regiones colapsaron. Los niveles de contaminación eran tan altos que aun los seres híbridos no podían resistirlos. Complementariamente, fueron descartados los lugares en que los insectos se habían establecido. Su gran capacidad de adaptación y resistencia facilitó su predominio en la mayoría de los espacios naturales. Al verse reducidos los territorios viables para la vida animal, los insectos habían establecido una supremacía, dejando sobrevivir a las especies que les eran útiles, exterminando a los enemigos y estableciendo un nuevo equilibrio ecológico, uno en el cual podían sacar provecho de los materiales radioactivos y otros químicos contaminantes.

EPÍLOGO V
Antes de salir a cualquier parte se requería mandar por delante a un centinela que pudiera medir los niveles de temperatura y realizar escaneos de otros factores potencialmente peligrosos. Conforme los modelos de centinelas se volvieron más resistentes a los ataques de los depredadores se pudieron ubicar sitios en los que existiese algún tipo de equipo del cuál –posiblemente- poder extraer material para reconstruir el pasado, aunque no se tuviera la certeza de qué tanto se requería volver atrás.

EPÍLOGO VI
Hans Movarec fue el encargado de colocarse el exoesqueleto para incursionar hasta lo pudieron definir como un centro de estudios. Los sobrevivientes especulaban acerca de la existencia de documentos no digitales donde se registraba todo tipo de información, llamados entonces libros. En caso de encontrar un acervo les sería de gran utilidad, aunque sabían de sobra que los alimentos escaseaban y era previsible que alguna especie de insectos hubiera hecho de aquellos materiales una fuente de energía. El enviado recorrió salones y laboratorios sin un hallazgo relevante. Las unidades biotecnológicas de memoria, que podían insertarse en el cuerpo, eran inseguras debido a la evolución de los nanovirus y sus sistemas de instalación eran ya disfuncionales para evitar cualquier riesgo. Eran anteriores a las biointerfases. Ningún viejo ordenador aportó algo relevante; era muy complicado incluso ponerlos en operación primero, y después ubicar un lenguaje compatible de decodificación. Fue por eso que Hans ni siquiera consideró viable revisar la enorme bodega que alguna vez sirvió de taller y que estaba atestada de metal, fibra y plástico. Sí hubiera realizado una caminata se habría topado con una lámina con la que se había forrado un estante de almacenamiento y que originalmente había sido una placa de impresión para un informe médico:

En la punta de los cromosomas de cualquier animal hay unos tapones protectores llamados telómeros. Sin ellos, nuestros cromosomas se volverían inestables. Cada vez que una célula se divide casi nunca copia completamente los telómeros, así que durante nuestra vida nuestros telómeros se acortan y acortan a medida que nuestras células se multiplican. A la larga, cuando quedan muy cortos, empezamos a ver enfermedades relacionadas con la edad: cáncer, Alzheimer, ataques del corazón, infartos, etc.

Sin embargo, los telómeros no sólo se acortan por el paso del tiempo. Mi teoría es que hay una diminuta pérdida de la longitud del telómero de una generación a otra, igual que sucede con el envejecimiento en el individuo. Durante miles de generaciones los telómeros se irán erosionando hasta niveles críticos. Entonces podríamos esperar irrupciones de enfermedades del envejecimiento en etapas jóvenes de nuestra vida, y finalmente una quiebra poblacional. La erosión de los telómeros podría explicar la desaparición de especies que aparentemente tenían éxito, como el Hombre de Neardental, sin necesidad de factores externos como el cambio climático.

Reinhard Stindl
Doctor en medicina de la Universidad de Viena

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