jueves, 1 de mayo de 2008

Kevin Johansen: El hombre con logotipo


Después de leer un libro como No logo de la canadiense Naomi Klein reafirmamos el convencimiento de que ni a las empresas y menos a los políticos les interesa buscar o propiciar el bienestar de las personas. El liberalismo económico se ha desbocado y concentra la riqueza en unas cuantas manos, para dejar con las ganas a las mayorías. Muy pocos pueden llegar hasta la punta de la pirámide, pero muchos más no gozan de aceptables condiciones de vida y sólo les queda la ilusión de que el uso de “marcas de prestigio” les brindará cierto estatus o reconocimiento (al menos por un momento).

Con el fino sentido del humor y la ironía que lo caracteriza, el argentino Kevin Johansen especula sobre la actualidad e intenta plasmar una instantánea del momento de superficialidad vertiginosa que estamos viviendo. Para el multiinstrumentista, hoy día existe una generación logotipizada, -muy logo, diría él-, simbolizada por el tipo que va por la calle luciendo en el frente de su gorra la flechita de Nike. Hay cantidad de gente que admira ciegamente a las marcas y lo que representan.

Johansen, quien nació en Alaska, vivió en California y durante dos años viajó por América y Europa presentando su anterior disco City Zen (04), ha plasma sus apreciaciones en un disco al que ha titulado precisamente Logo (Sony BMG, 07), dado que piensa que estos: “son una bella mentira, porque pueden ser hermosos, pero venden algo que en realidad es humano y por ende, imperfecto”.

Partió de la idea de que alguien dentro de 10 años escuche el disco y pueda hacerse una idea de lo que ocurría durante la primera década del siglo XXI. Lo que musicalmente se entiende como un trasvase de los géneros convencionales. Algo que expresaba desde el inició de su carrera, con el disco The Nada (01): “Mixture is the future” (el mestizaje es el futuro), pero que años más tarde cambió por la expresión “soy desgenerado”, con la idea de allanarse mayor libertad estilística, un poco como Beck, y asumirse en un compositor de canciones, en toda la amplitud del género.

Para Kevin ha sido importante desmarcarse de aquellos militantes radicales que alegan: “Si escucho rock, no hago cumbia; si hago pop, no escucho otros géneros”. Sin limitarse a un ritmo en particular para armar su discurso, Logo incluye sonoridades caribeñas, murga uruguaya y mucha milonga, forma musical con la que parece sentirse muy cómodo, pero tampoco desprecia la cumbia; de hecho, es uno de los elementos más fuertes del disco. En “Chica rolinga” cuenta la historia de una tipa que deja el rock por la onda charanguera. A través de sus cuidadosos arreglos y sus letras se despega el chiste barato; aquí el humor alterna con la reflexión y la reinterpretación de las convenciones y clichés. Todo ello forma parte de un proceso iniciado durante el 2000, en que percibió que los “fresas” argentinos se movieron hacia las cumbias: “Me interesó esa tendencia y fui varias veces a bailar a Metrópolis, a entender qué estaba pasando”.

Sin cortapisa alguna, ha optado por llamarse a si mismo como cantautor o cantaactor; ha logrado gozar de total libertad estilística, precisamente gracias a un total desapego a formatos establecidos; lo que es su marca registrada, su sello individual: saber manipular las fuentes, alterar su código genético sin traicionar la raíz original y obtener música nueva, impredecible y emocionante.

A lo largo del disco se aprecia tal maleabilidad sonora. “Ese lunar” nos acerca al flamenco a través de la voz de Amparo Sánchez, figura del mestizaje hispano al frente de Amparanoia. Luego saltamos hasta Brasil, donde Paulino Mosca hace de guía en “Por las ruas pelas calles” y llena nuestra travesía de energía roquera.

Otra invitada de primer orden es Andrea Echeverri, la lidereza de Aterciopelados, que se suma a “My love My love”, en la que destaca un juego de voces que contrapone inglés y español. Andrea siempre vivaz y Johansen parsimonioso, prudente y contenido.

El principal hallazgo de Kevin es una forma renovada de entender lo latino. Aporta nuevas señales de identidad a partir de reacomodar elementos tradicionales, como ocurre en “Fantasma de carnaval”. La exploración se prolonga tanto en “Road movie”, con todo y su guitarra acústica que nos recuerda a agrupaciones de folklore del tipo de Inti –Illimani, como en “Son del MP3” y su juego de flautas.

La incursión se enriquece con las aportaciones de otros colegas distinguidos: Albert Plá Dani Buira de La chilinga, y el excelente baterista de sesión Enrique “Zurdo” Roizner. Formando equipo o mancuerna pueden transitar por los corridos (“Amistad de borrachera”) o hacer tonadas de serenata (“Luna sobre Porto Alegre”) e incluso treparse a una pista de baile y discotequear con inteligencia (“Sos tan fashion”).

Humor irreverente y juegos de palabras que dan lustre a un collage de idiomas y de ideas que van de lo sensible a lo delirante, reflejando lo es también el mundo del arte. Por ejemplo, en la portada un zeppelín con su logo vuela en la portada y va en picada en la contra. Sobre este trabajo, realizado por el ilustrador Liniers (que también se encarga de la parte multimedia de los shows), Kevin acota: “Tanto el arte, como el concepto del disco y la canción Logo, juegan con múltiples significados. La canción es como en portuñol y repite “até logo”: “hasta luego”. De alguna manera, siento que estamos viviendo después del fin de mundo. El fin del mundo llegó y nosotros seguimos de largo”.

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