sábado, 21 de marzo de 2009

Joe Crepúsculo: la filosofía en el pop y el pop como filosofía.



  • Barcelona, España

    Un estudiante de filosofía se mantiene de digitalizar documentos antiguos procedentes de la catedral de Girona y la Biblioteca Nacional de Catalunya. A cada sesión de copiado lleva un cuaderno donde anota algunas de las curiosidades escritas en esos viejos legajos. Mientras labora, escucha en sus audífonos las pistas que ha compuesto el día anterior en su casa.
    Jöel Iriarte cuenta con un montón de añejos teclados, pues ha tocado techno duro, surf, rock y heavy metal; su sensibilidad es amplia, así que no le faltan instrumentos diversos y una baraja descabellada de influencias en la que caben: Dire Straits, Pink Floyd, Supertramp y Elton John, entre muchos otros; además tiene de su lado el conocimiento del pensamiento clásico, que le sirve para convertir al propio San Agustín de Hipona en un letrista pop. El personaje al que bautizó como Joe Crepúsculo puede usar una obra cristiana como Las Confesiones y convertir una de sus máximas en el coro de una canción: “Ama y haz lo que quieras”.
    Si ya parece alucinado combinar a San Agustín (“la medida del amor es amar sin medida”) y teclados vintage, todavía lo es más cuando en vez de cantar de un modo tradicional, las letras se dicen con aparente total desgana, sin énfasis, como quien lee una receta o el directorio telefónico. Si a ello sumamos el gusto del compositor por los sonidos feos o cursis, tenemos delante a uno de los proyectos más bizarros de los últimos años en el panorama español.
    Miembro también del grupo Tarántula y en proceso de titulación, Jöel crea para sí mismo y no esperaba nada de sus canciones, quizá esa sea su mayor virtud. En menos de un año editó dos discos: Escuelas de zebras y Supercrepus, que no sólo distribuyen Producciones Doradas sino que él mismo regala por doquier, además de ofrecerlos completos de forma gratuita en su página.
    Hablar de Joe Crepúsculo es hablar de total desparpajo, de una oda al mal gusto que resulta sublime. Allá lo llaman cutre, acá podemos decirle art nacó o lo que se nos ocurra. Se trata de un proyecto no exento de un fino sentido del humor pues siempre resultará difícil tratar de reconciliar lo irreconciliable; valga de muestra una línea: “no es fácil amar en tiempos de democracia/ cuando la moral ha perdido toda su eficacia y esplendor social”.
    ¿Un tipo proveniente de tiempos perdidos y armado con un sintetizador o un genio del sarcasmo y la programación? Tal vez ambas cosas. En un desplante de honestidad ha contado que para “Amor congelado” puso la letra de “Time and love” de Barbra Streisand en un traductor de internet para obtener frases utilizables. En otro tema, “El faro”, convierte en estribillo castizo un clásico de Elton John, “Don´t let the sun go down on me”.
    El resultado cuando menos descoloca e intriga, y no es para menos, al escuchar frases como: “cuando las navajas se te clavan en las nalgas y te sangran los ojos de ilusión” (“Sandra”). Nada es intocable para Crepúsculo, quien incluso en “La amistad” hace un guiño a la banda sonora de El rey león. Mientras se le escucha, uno no puede sino recordar a los tecladistas de bar o los que actúan en fiestas particulares.
    Heredero de ciertos aspectos de la movida, -esas cajas de ritmos hiper ochenteras-; poeta chirriante y vocalista descuadrado, su falta de ambición vino colmada de buena fortuna. No esperaba nada y de golpe resulta elegido como el mejor disco español del año por la influyente revista Rockdelux, es entrevistado por el diario El país, entre otros, y las ofertas le llueven, al grado de dejar su viejo empleo para atender múltiples compromisos.
    Y no es que todas las canciones le salgan bien; algunas quedan cursis a ultranza, desparramando mermelada y crema batida, pero cuando da en el blanco del pop como filosofía de vida obtiene maravillas como “Capitán”, a partir de un poema de Antonio Machado, o bien “El día de las medusas” y la ya citada, “Amar en tiempos de democracia”, deudora de los primeros Alaska y Dinarama.
    Joe no conoce límites, en “Baraja de cuchillos” quiso hacer algo como “Walk of life” de Dire Straits y el resultado ni se parece. Luego llena sus piezas con campanas o cencerros sacadas de la era oscura de la disco music y hace coros, con voces dobladas, que le envidiarían las más edulcoradas baladistas de temporada.
    Lo que en un principio pretendía ser un álbum dedicado al amor, al final contiene canciones de agua, de aire y de navajas, e incluso una instrumental, “El día de la sardina”. ¿Cómo no despatarrarse de la risa cuando una canción dice: “tengo un papagayo verde para ti”?
    Supercrepus, disco palíndromo, puede ser irritante y provocador, pero también nostálgico (en hora buena el cover de “No me acostumbro”, original de El último de la fila); por un instante ser super banal (“ven a reír, ven a bailar”) y luego soltar aseveraciones como: “nadie puede ser libre hasta que lo sean los demás”.
    Esa ambivalencia es la que lo destaca, lo sublima, lo hace untarse a la piel y taladrar la mente, porque como dice en “La canción del verano”: “La música es tan frágil que los recuerdos se quedan impregnados para siempre”.

The decemberists en estado de gracia presentan The Hazards of Love



  • El rock como una forma de arte

En un momento en que una tendencia del rock es la perdida de significados y el predominio de una música hueca que es más artificio que sustancia, debemos celebrar la aparición de un álbum como lo es el quinto de esta deslumbrante banda de Pórtland, que se caracteriza por realizar temas llenos de matices, nutrida instrumentación y trabajar al detalle las letras, como si se tratase de un obra literaria con peso específico propio.

Desarrollando una carrera de largo aliento y sin prisas, The Decemberists han logrado dotar al rock contemporáneo –lo de menos es sí es indie, alternativo u lo que sea- de personalidad, inteligencia e inspiración. Si ya en Picaresque (05) y The Crane Wife (06) –especialmente este disco- estábamos ante una agrupación de importancia notable, tras escuchar su más reciente trabajo podemos aventurar que nos hallamos delante de un nuevo clásico, de una obra de la que se va a hablar durante mucho tiempo.

El escuadrón que comanda Colin Melloy –culto pero ligero- se ha atrevido a incursionar en el difícil y traicionero campo de la Ópera rock, a la usanza de Tommy o Quadrophenia de The Who, y The Wall de Pink Floyd. Ya en su anterior entrega se percibían ciertos tintes progresivos que conviven con la parte de folk-rock que predomina en su sonido.

The hazards of love (Capitol, 09) es una obra difícil de encasillar, es huidiza en su parte musical, aunque el núcleo narrativo sea muy sólido: la historia bordea entre lo épico, la fantasía y lo amoroso. Tiene a Margaret como personaje central y narra un periplo que la llevará a un encuentro sexual con un ser que cambia de forma, su secuestro y eventual matrimonio con The Rake, un villano en toda la línea.

La chica enfrentará los celos de una reina, maligna y poderosa –como deben de ser- y la cadena de infortunios se extiende hasta que encuentre la muerte a manos, nada menos, que de su amor verdadero. Una tragedia de ley.

17 temas muy diferentes entre sí, que parten de un “Preludio” en que priva el silencio; el escucha puede desesperarse pero paulatinamente irán apareciendo las primeras notas. Luego habrá pasajes densos, de un blues casi desnudo, también hay sitio para coros infantiles y odiseas de rock a plenitud de poder.

Las piezas se van engarzando unas con otras, para no perder la secuencia narrativa, que aborda momentos precisos de la historia, como en “The Rake Song”, que cuenta como el villano embaraza varias veces a Margaret. Una vez que da a luz, los bebés son asesinados por ser considerados un molesto estorbo. Pero no todo queda en infanticidio, los niños regresan como un coro fantasmal para llevar a cabo una revancha en “The Hazards of Love 3 (Revenge!).

Así como aquel artista que dijo: “mi genio es festivo, los asuntos trágicos”. La música brinda un cálido soporte a una historia truculenta, en la que intervienen otros músicos talentosos, como son Becky Stark de los injustamente valorados Lavender Diamond encarnando a Margaret; mientras que Shara Worden de My Brightest Diamond hace a la reina. Y para placer de sus tantos fans, aparece por también Jim James de My Morning Jacket.

The decemberists dan un salto largo en su travesía de grandes ambiciones; poseen canciones incontestables –sean o no sencillos- . Se trata de un disco brillante y complejo a la vez; intrépido y sólido. Una banda en estado de gracia nos demuestra como el rock puede convertirse en una refinada y deslumbrante forma de arte.

lunes, 9 de marzo de 2009

1994: Radiohead en Pachuca.



Más allá de la leyenda urbana.
(Publicado en la revista Marvin 69-Marzo, ya en venta y con más fotos)

Edgar Chávez y Jorge Romero

En 1994 nadie imaginaba el monstruo musical en que se convertiría esa banda de jóvenes ingleses, apenas formada cinco años en la Universidad de Oxford, cuyo primer sencillo, Creep, parecía una de esas rolas contaminadas por el virus del one hit wonder y vampirizada por MTV.

Banda visionaria, rabiosa y melancólica, motivo de culto y veneración, Radiohead visitará en breve México, aunque, para sorpresa de muchos, no será la primera vez que pise territorio nacional. En su visita inicial, hace ya casi 15 años, el incipiente grupo inglés ofreció tres conciertos: el primero en la Ciudad de México, en La Diabla, antro antológico de la vida nocturna capitalina noventera; el segundo en Trastorno, ubicado en la hacienda Ojo de Agua, en el Estado de México, y el tercero, en Pachuca -aunque usted no lo crea-.

El grupo que a la postre compuso Ok Computer, considerado por muchos el mejor disco de la década de los noventa, se presentó en el Teatro San Francisco de la capital del estado de Hidalgo, el 30 de octubre de 1994. La entrada costó 60 nuevos pesos y el lugar no alcanzó a llenarse.

En ese entonces, Juan Carlos Hidalgo, hoy colaborador de Marvin, integró el equipo que hizo posible que la novel banda británica pisara la Bella Airosa. Lo endeble del circuito de conciertos local y la falta de tradición rockera de la ciudad, contribuyeron a que dicha presentación se inserte en el terreno de las leyendas urbanas, aunque existen testimonios y documentos que sustentan un excelente concierto, según el propio grupo, debido a las condiciones acústicas del recinto teatral.

Tan limitado era el repertorio de Radiohead en ese entonces, que para congraciarse con el público pachuqueño, tuvieron que interpretar todas las canciones de su primera producción Pablo Honey, e incluso tocar dos veces Creep, ya que de lo contrario, su presentación no habría superado siquiera los sesenta minutos. Por cierto, en aquel momento la banda recién había lanzado el EP My Iron Lung, que se sumaba a Drill, otro extended en el cual se incluía el histórico sencillo, convertido en disco de oro en Estados Unidos y que se convertiría en la llave que les abriría la puerta a una primera gira internacional.

Por lo insólito que resultaría hoy la realización de un concierto de Radiohead en Pachuca, mucha gente especula acerca de la veracidad del acontecimiento. Marvin conversó con algunos de los protagonistas para despejar dudas y refutar a los incrédulos.



Al respecto, Juan Carlos Hidalgo recuerda que aquella presentación se convirtió en un reto mayúsculo, pues Pachuca era una ciudad que no contaba con un circuito permanente de conciertos y por ello fue difícil cumplir los requerimientos de un grupo como Radiohead. Para su organización, se conformó un grupo de trabajo en cuyo núcleo estuvieron Juan Carlos Hidalgo, Mauricio Corona y el diseñador y artista plástico Enrique Garnica. Además de otros muchos entusiastas locales, más el apoyo de Ricardo Serafín, promotor de eventos a través del consorcio La Iguana Internacional.

“Básicamente, entre los tres aportamos el capital necesario, aunque cabe decir que contamos con la colaboración generosa de gente que apoyó, dado que se trataba de un evento con un perfil cultural y autogestivo, más que un negocio. En un principio nos dio facilidades el Instituto de Cultura, pero como hubo cambio de autoridades, criticaron el evento y hostigaron a los organizadores: “que rondabamos los veinte y algo de años en aquel entonces”.

Juan Carlos Hidalgo pertenecía a un colectivo que realizaba el programa radiofónico Movimiento y publicaba artículos en distintos suplementos de diarios locales: “Como una prolongación de nuestras actividades se dio la organización de conciertos, junto a Mauricio Corona, músico local conocido como El Petiso y miembro de El eterno grito. Conjuntamente se hicieron La Maldita Vecindad y Fobia. En cada uno solían abrir bandas locales. Nuestro empecinamiento por dinamizar la escena local de la cultura y el rock fue total; intentamos abarcar todos los aspectos”, comenta.

Por su parte Corona apunta: “El concierto de Radiohead formaba parte de una estrategia que buscaba llevar también a Los Héroes del Silencio a Pachuca. Ricardo Serafín (primero manager de La Castañeda y luego promotor independiente vio nuestra forma de trabajo; decidió ofrecernos una fecha para tratar de establecer un circuito fijo de conciertos que abarcara La Diabla (DF), Trastorno y Pachuca”.

Aunque no se vislumbraba que fuese a convertirse en la banda de dimensión histórica que es hoy día, se sabía de sobra la calidad del rock británico. A los organizadores les interesaba ofrecer cosas importantes. Ya en una anterior ocasión habían incluido una banda de Suiza en uno de los carteles, por lo que decidieron que era buena opción llevar a Radiohead a Pachuca.

De esta forma, se eligió el Teatro San Francisco, que tiene una capacidad para alrededor de 900 espectadores, y que tenía poco tiempo de ser reinaugurado, tras una remodelación a fondo. “Vendimos entre 750 y 800 de las 900 localidades; desafortunadamente dimos muchas cortesías, lo que mermó el ingreso (cosas de la inexperiencia). Un concierto de tales dimensiones implicó que pese a que el teatro contaba con iluminación, el grupo trajo equipo completo, que también hubo que arrendar, además de otros requerimientos específicos”.

Para cerrar la noche se organizó un after party para el que se consideró que: “un par de miembros del crew eran vegetarianos, por lo que no debían faltar ensaladas. En cuanto a la bebida no eran muy exigentes; nada fuera de lo normal. Aunque predominó la cerveza bohemia. Algunos de los músicos también comieron pozole”, precisa Hidalgo.

Otra de las personas que acudieron, Carlos Cadena, promotor musical, rememora: “recuerdo que, incluso, al terminar el concierto, nos llevamos a Thom Yorke a comer unos tacos a la avenida Constitución, buen tipo, la verdad éramos como unos 10 allí en la calle comiendo”, dice entre risas, pues ahora no puede imaginarse la misma escena, es casi imposible, surrealista”.

Contra lo que pudiera pensarse, no puede considerarse aquel concierto como algo lucrativo. “Se cubrieron los gastos, pero no hubo ganancias”, señala. De cualquier manera, esa no era la expectativa ni el interés fundamental”.

“Para mucha gente fue el mejor concierto de su vida. La presencia y magnetismo del grupo, además de un sonido excelente fue una experiencia reconfortante y plena en sí misma. Lo demás ya fue asunto financiero, pero seguimos armando cosas después de esa fecha, como la visita de Danza Invisible de España”.

Así lo confirman quienes con un poco de nostalgia, cuelgan sus recuerdos en la red y consignan lo siguiente: “Por medio de mi ex-novio pude estar en los ensayos del toquín de Pachuca y la verdad, no se me hacía la gran cosa los “cabezas de radio”, aunque sí les puedo decir que eran bastante alivianados y hasta mi CD del Pablo Honey me autografiaron. Sin embargo, su show estuvo bastante decente y por supuesto, con esa energía muy particular de los grupos nuevos que aún no han perdido la cabeza con el ‘éxito’”.

Entre las cosas que se dicen de esa gira de Radiohead en México, es que los subieron a una camioneta que se quedó sin frenos, cosa que refuta Juan Carlos Hidalgo y explica: “Lo único que puedo decir, por haberlo vivido directamente, es un gran agotamiento de parte de uno de los músicos debido al trajín de la gira y un poco a los excesos. Tuvimos que hacer una breve parada al médico para una revisión preventiva. De allí, directos al hotel en Pachuca. Al día siguiente se fueron a conocer Teotihuacan y luego al show. Ninguno de nuestros vehículos sufrió desperfecto alguno”.

A manera de conclusión añade: “Como periodista he seguido puntualmente la carrera de Radiohead. La verdad es que disfruto mucho su música, pero sí creo que en torno a ellos se ha desarrollado un fanatismo muchas veces irracional de parte de jóvenes que se comportan como ultras y que creen que cada gesto de Thom Yorke es genial y que prácticamente habría que canonizarlo. Lo que es innegable es la lucidez con que se han comportado, sus hábiles estrategias de posicionamiento y promoción. Amén de haber creado una de las estéticas sonoras más importantes del siglo XX y lo que llevamos del XXI”.

Abe Vigoda: el esqueleto africano del punk


Existe en México una tendencia exagerada para apropiarse los éxitos de los co-nacionales en el extranjero, pese a que sus familias o ellos mismos hayan tenido que emigrar ilegalmente o a que sean mexicanos de segunda generación, tal como ocurre con gente como Óscar de la Hoya, Tony Romo y, recientemente, con el quarterback de UCLA, Matt Garza. En ese sentido, es posible caer en la tentación de elogiar lo hecho por la banda californiana Abe Vigoda sólo por que la mitad esta conformada por jóvenes mexicanos que apenas rondan los veintipocos años de edad.
Pero sus orígenes son mera circunstancia, ellos pertenecen al entorno social en que han crecido, han asimilado su cultura y sus referentes, así les hagan gracia las rancheras. Lo cierto es que tienen los oídos puestos en música procedente de todas partes del mundo: “Hace un año empezamos a interesarnos por la world music, por grupos como Konono o Hallelujah Chicken Run Band, que llevaban la música tradicional africana al terreno del pop. También nos nutrimos de corridos y discos de calypso sin portada”.
El asunto es que Abe Vigoda (Juan Velázquez (líder, vocal y guitarra) Michael Vidal (guitarra y voz), David Reichardt (bajo) y Reggie Guerrero (batería), han firmado un disco en el que colisionan estilos divergentes, sacando chispas y despidiendo una energía furiosa. Skeleton no es un disco que permita las medias tintas, su estrepitosa acometida se ama o se odia, por igual.
Se trata de música que se siente tribal y primigenia, pero también urbana y ruda. A mucha gente se le antoja como el retorno de aquel exabrupto conocido como No wave, que emanara de la vanguardia neoyorkina a finales de los setenta.
Abe Vigoda saben como retorcer y quebrar los ritmos, fragmentarlos y ponerlos al servicio de canciones para rituales de nueva generación. Su propia disquera acuño un término para definirlos, lo mismo curioso que polémico: punk tropical.
Su sonido cambia constantemente y por ahora recupera la sensibilidad y falta de prejuicios de una nueva camada de grupos californianos (entre los que se encuentran Mika Miko y Health). De hecho, forman parte importante de las agrupaciones surgidas en torno a una sala de conciertos de espíritu autogestivo y de promoción musical: The Smell.

Ellos mismos precisan el sentido del lugar: “No se trata de un club, no está hecho para ganar dinero. Pagan a los grupos con las entradas y ellos no se llevan nada. Es un punto de encuentro donde nos reunimos con los amigos y tocan bandas hasta de chicos de catorce años que no pueden tocar en otro sitio”.

Jim Smith, el propietario, ha decidido cobrar un máximo de 5 dólares por entrada, además de vender únicamente café, té y agua, más algunos snacks y comida vegetariana. En ese ámbito han trabado una fuerte amistad con otro proyecto que en este momento vive un importante hype internacional: No age.
Lo que es más, Dean Spunt es el responsable de Post Present Medium, el pequeño sello donde graban (distribuido por Touch & Go en Norteamérica), y con quien han compartido varios splits, como miembro que es al 50% de No age (se trata de un dueto).
Aunque tienen detrás a Sky Route/ Star roof (05) y Kid city (07), el cuarteto considera a Skeleton su primer disco en forma, tanto por la naturaleza del material como por la actitud más comprometida que han asumido. Los medios les han encontrado cercanías con Battles y Frog Eyes, más allá de que al pasar a ser distribuidos en Europa por Bella Union (con el ex-Cocteau Twins Simon Raymonde al mando) se les hiciera pasar como: “el matrimonio entre Captain Beefheart y My Bloody Valentine que baila reggaetón”. Estrategia que funciona en lo publicitario pero un tanto alucinada en lo estrictamente musical.
En constante movimiento entre Chino y Los ángeles, buscan absorber todo cuanto cae en sus manos. Por lo mismo no extraña que su nombre provenga de un actor secundario, cuyos papeles más importantes fueron en las dos primeras cintas de El padrino, y que hoy tiene casi 90 años de edad. Nadie puede precisar sí Abraham Charles "Abe" Vigoda sabe que un grupo de punk ha utilizado su nombre y sí puede gustarle tan demencial propuesta.
Y es que Skeleton es un disco sin reposo, pura descarga adrenalínica; desde “Dead City/Waste wilderness”, pasando por "Bear face", "Lanterng lights", “The garden” y “Cranes”. 14 temas que se consumen con la intensidad de una pira: batería machacante, cierto minimalismo, melodía camuflada y cambios abruptos. 34 minutos sin elementos añadidos, puro tuétano.
Abe Vigoda es un grupo intuitivo y salvaje, que cuando menos en este disco consiguen llevar a la llamada world music un paso adelante, especialmente la de origen africano, aunque se resisten a una comparación formal con Vampire Weekend (los tienen en su myspace como una broma): “no creo que nos parezcamos. Hay mucha gente que siempre intenta comparar grupos por una cosa -refiriéndose a la influencia africana- pero me ofende un poco porque venimos de un lugar diferente y no tenemos nada que ver”, explica el baterista Reggie Guerrero.
Abe Vigoda es una banda que sabe lo que quiere. Rechazaron grabar para una disquera grande: “dijimos que no porque iba en contra de nuestros principios. Siempre nos han rodeado nuestros amigos y no queríamos que dejase de ser así. Era muy importante para nosotros sacarlo con un amigo porque sabemos que va a hacer lo que sea necesario por nosotros”, explica Velázquez. Además de que usan instrumentos baratos, como las guitarras Squier, graban en un estudio casero de a 8 dólares la hora (aunque la mezcla y las masterización si fueron profesionales).
La precariedad de recursos y tecnología más bien desata su creatividad. No dudan al momento de esconder las voces y las melodías en un segundo plano, ni se preocupan porque sólo dos de las canciones del disco rebasan los 3 minutos. Con muy pocas palabras resumen su actitud y postura: “Sabemos que no tenemos que seguir las reglas porque ya no existen”. Que la música sea.



Gang Gang Dance: tecnotribalistas de hoy


· (para no perderse en Coachella)

Mucho se habló durante la década de los noventas de la manera en que la infraestructura tecnológica permitiría a un cierto número de personas desplazarse a residir en el campo, realizar desde allí sus labores y retornar a formas más simples de vida. Tal fenómeno fue denominado tecnotribalismo, y si bien paulatinamente se ha ido haciendo posible, todavía no se trata de una opción de masas.
Encuentro muy útil este concepto para resumir el sonido de una más de las agrupaciones emanadas de Nueva York que están transformando el sonido del mundo. Puedo decir que Gang Gang Dance son una banda tecnotribalista, pues simultáneamente suenan futuristas y primigenios, retuercen la vanguardia y se muestran primitivistas al mismo tiempo.
En Saint Dymphna se muestran como un puñado de músicos funcionado como una tribu, apoyados en implementos rústicos que alternan con elementos tecnológicos. Una extraña mezcla de espíritu neo-hippy, esencia nerd y concentrados de esoteria y misticismo. Ante todo existe un interés por las culturas antiguas y su producción musical, que son asimiladas a las formas contemporáneas. Algo está pasando para bien, que las fórmulas conocidas no se respetan y los géneros son transpuestos para crear algo cuya mera descripción suponen un reto.
Lizzi Bourgotumus, Brian Degraw, Tim Dewitt, Josh Diamond y Nathan Maddox han venido editando grabaciones desde el 2002, aunque al principio lo hacían en ediciones limitadísimas en cd-r, que luego trasladaban al vinyl. En cada trabajo han ido haciendo evolucionar composiciones un tanto minimalistas, que a veces parecen surgidas de la improvisación más esquizofrénica. Lizzi y Nathan gruñen, gritan y recitan, pasando sus voces por distintos tipos de efectos, que convergen en estructuras concéntricas.

Destaca el hecho que los medios consideran este su disco más accesible, aun cuando se sustenta en una variedad de ritmos irregulares, que parecen por momentos hechos con tambos, troncos o con instrumentos hallados en una caverna. A ello se agregan capas de teclados y guitarras que vomitan delays larguísimos.
Ecos hindúes, repaso de rítmica africana, electrónica de baile y pasajes de shoegaze a lo My Bloody Valentine. ¿Eso es todo? Por supuesto que no, también recurren al grime, que se enfatiza con la intervención del MC Tinchy Stryder en “Princess”, que resulta selvática y urbana por igual.
Gang Gang Dance salpican sus piezas asimétricas de texturas, disonancias y requiebros inimaginables, que en Saint Dymphna resultan todo menos incomprensibles.
Podemos sentirnos en una aldea lejana o en la pista de baile de algún antro de Brooklyn y ambas sensaciones son posibles; así ocurre con “Bebey”, “First communion” y “House Jam”, de las que no ha faltado el conspicuo periodista que las considere la hipotética reunión de MIA con !!!, también residentes en el vecindario junto a Animal Collective, Black Dice, Tv on the radio, Double Leopards, Excepter, Mouthus, Sightings y Wolf Eyes, entre muchos otros. No cabe duda, Brooklyn cuenta con la escena más apasionante e incendiaria en el actual panorama.
El quinteto habrá de reconocer en esta emergente celebridad un resultado del trabajo constante, aunque a los ojos de gran parte del público pasen por unos recién llegados. Saint Dymphna fue editado originalmente por la discreta Social Registry en 2008, pero contó con el apoyo de la influyente Warp para propulsar su onda expansiva.
Si es que hay que buscar a los verdaderos descendientes de la furiosa No Wave, que emergiera con furia en esa misma ciudad a finales de los años setenta, Gang Gang Dance parece tener la mano levantada bien alto; es indudable que se envuelven en la misma bandera que ha enarbolado la jungla social y artística de la ciudad: ansias de vanguardia, actitud ecléctica y ganas de evasión.

La música no se puede estancar, debe mirar hacia el futuro, aunque tenga en el bolsillo una postal de sus antepasados. Llega un momento en que modernidad y tradición se dan la mano. Así que ya sean llamados neo-primitivistas o tecnotribales, hay creadores para los que la experimentación y el riesgo son lo más importante.

Marianne Faithfull: el canto de una superviviente


Easy come, Easy go es un álbum de versiones y duetos que van del jazz al rock contemporáneo.

Escuchar “hold on, hold on” es una sublimación del arte realizado y concebido por mujeres. Se trata de una canción original de Neko Case, ex – vocalista de The New Pornographers, muy hábil para dotar de sensibilidad sus composiciones y explicitar su íntima percepción de las cosas sin perder energía. En este rock de medio tiempo confluyen las voces de dos damas: por un lado, la siempre intensa Cat Power, que tampoco pierde su toque aterciopelado al cantar, haciendo contrapeso con una señora que bordea los sesenta y que interpreta acusando un vida completa posada sobre el filo de los excesos.

Marianne Faithfull (Londres, 1946) ha editado un nuevo disco de versiones, Easy come, easy go (Naive, 08) completando una trilogía temática (que tiene en Kissin`time, 02 y Before the poison, 05, sus antecedentes inmediatos) en una carrera que se compone de 22 discos; una friolera que la ubica como una artista de largo aliento a la que ponderar por su obra misma, más allá que su biografía tenga tintes de leyenda.

Personaje esencial del swinging London de los años sesenta, era una belleza impresionante que atrapó al líder de los Rolling Stones. Descendiente del noble que dio pie al nacimiento del masoquismo (Leopold Von Sacher-Masoch, austriaco que escribió La Venus de las pieles), poseedora de gran cultura (que le brindaron numerosas instituciones privadas y colegios de monjas), fue ella quien dio a leer a Mick Jagger El maestro y Margarita, la novela de Bulgakov, inspiración a la postre de “Sympathy for the Devil”.

Descubierta por Andrew Loog-Oldham, miembro del crew de los Stones, fue descrita en aquel momento como: “un ángel con tetas grandes". Pero no sólo su físico era impresionante, hizo patente su talento como compositora al adjudicarse -tardíamente (mediante un juicio)- la autoría de la letra de “Sister Morphine”, contando con el apoyo de Keith Richards.

Debutó en el cine en 1968; vestida de cuero acudía a un encuentro con Alain Delon en La motocyclette. Para ese entonces ya llevaba cuatro años de carrera discográfica, que pese al éxito consistía de temas algo cándidos, en franco contraste con una vida de escándalos (se libró de prisión por un pelo tras la redada en el cuartel de Sus satánicas majestades por asuntos de estupefacientes).

Posteriormente, fue arrollada por la vorágine de la época, tal como lo narra en uno de sus dos libros de memorias: "Yo fui una más de los millones de estúpidos que, en los sesenta, nos sentíamos atraídos por el malditismo de la drogadicción. En El almuerzo desnudo, de William Burroughs, vi una guía para la autodestrucción como opción estética. Tuve que pasar por el infierno para comprender que, si había algún mensaje en el libro, es que había que tener mucho cuidado con las drogas. Y que la razón final de la obra es su inventiva literaria, su poderío verbal".
Lejos parecen los días en los que vagaba errante por Londres buscando hacerse de una nueva dosis. Al menos mantuvo su adicción lejos de los tabloides. Su vida privada no alimentó el morbo en demasía (dos divorcios y tres bodas), la prensa musical se ha interesado de buena manera por cada grabación de una auténtica superviviente (se sobrepuso en los últimos años a un cáncer de pecho que la aquejaba).

Tras de aparecer en el video de “The memory remains” de Metallica, ha regresado al cine. Por una parte, interpretó a María Teresa I de Austria en la película de Sofia Coppola María Antonieta, y posteriormente protagonizó Irina Palm, sobre una viuda madura que trabaja en un club de alterne para pagar un tratamiento médico a su nieto; además de aparecer en uno de los cortos de Paris Je t`aime.

Musicalmente, sus últimos trabajos dan cuenta, por una parte, de su buen gusto en cuanto a la selección del material, y por otra, subrayan muy buen tino al momento de elegir a sus invitados, elogio que quizá también se merece su equipo de trabajo, pero que sin duda le genera distintos y renovados escuchas.
Easy Come, Easy Go tiene una edición doble (acompañada de un DVD en la que explica la elección de cada uno de los 18 temas) que es la que refleja fielmente la naturaleza del proyecto (aunque por razones comerciales se ha lanzado también un disco unitario con una decena nada más; así como un doble vinilo). No faltan pues elementos para degustar de canciones sobriamente arregladas y que forman parte del corpus de una cantante en plena madurez. Ahí está un crooner maldito como Anthony Hegarty en “Baby” o la adaptación de un tema indie rock compuesto por la banda de Portland, The Decemberists, titulado “The Crane Wife” o bien, ese fastuoso interprete de oropel que es Rufus Wainwright sumando su voz a “Children of Stone”.

El productor Hal Willner (Leonard Cohen y Nick Cave, entre otros) se hizo de los estudios más antiguos de Manhattan, Sear Sound, para grabar. Durante las sesiones contó con el apoyo de los arreglistas Cohen Bernstein y Weinberg Goldstein para supervisar las tomas, que conforme a la fama de Marianne, llamada cariñosamente One Take Faithfull, requirió de escasas repeticiones, e incluso algunas piezas son tomas únicas.

Cierto es que los orquestadores contaban con material de primerísima calidad para trabajar. Basta mencionar que el tema que titula al álbum es un clásico de Bessie Smith o que “Solitude” pertenece al legado de la inmensa Billie Holiday. Pero no sólo se optó por temas jazzeros, ahí están “Dear God, Please Help Me”, compuesta por Morrisey, además de “Salvation” de Black Rebel Motorcycle Club.

Con una historia que conjuga mitos urbanos, como prácticas eróticas usando chocolates, con curiosidades como ser la primera persona en utilizar la palabra fuck (coger) en una película (I'll Never Forget What's 'Isname), verdaderamente ha atravesado por momentos difíciles, entre los que se cuentan sobredosis, un aborto, intentos de suicidio y anorexia. Utiliza tal cúmulo de vivencias para volcarse sobre cada interpretación realizada con su voz rota y profunda, ya se en clave de jazz, blues o rock puro.

Para una mujer que reanudó su carrera en 1979, con el bien recibido por la crítica pero poco vendedor Broken english, es bueno contar con la complicidad y admiración de la gente a la que convoca para su serie de versiones. Se percibe el convencimiento de las partes y no sólo la participación para cumplir con el trámite; del dandy llamado Teddy Thompson (“How Many Words”) al reencuentro con esa ave de las tempestades que es Keith Richards (“Sing Me Back Home”). Cada personalidad brinda una arista interesante al conjunto. Ahí está Jarvis Cocker desparramando elegancia en “Somewhere (A place for Us)” de Leonard Bernstein o bien Marianne en solitario con “Down from Dover”, haciendo suyos los terrenos de Dolly Parton.

Lejos parecen quedar los días de la maraña psicodélica que la acompañaba mientras editaba sus primeros sencillos: “As Tears Go By” (compuesta por Jagger y Richards), “This Little Bird” y “Summer Night”. De la vida de excesos tan sólo queda una moderada afición por el tabaco y una energía imperecedera en torno al arte musical. Ella misma es consciente de ello: “Soy un ejemplo viviente de que no es cierto lo que predican los moralistas. Es posible que una mujer pueda vivir excesivamente y terminar convertida en una dama interesante. Como yo".