viernes, 1 de mayo de 2009

Rompepistas, diario íntimo de un punk de provincia



· Tercera novela del español KiKo Amat.

Porque en este pueblo,
¿cómo escoges un color,
cuando lo único que hay son distintos tonos de gris mierda?

La destartalada banda de punk llamada Las duelistas estaba compuesta por tres adolescentes que vivían en el extrarradio barcelonés, en una pequeña ciudad que sólo es conocida por sus manicomios y su equipo de rugby. Los tres tenían 17 años y se hallaban extraviados entre el aburrimiento colectivo y el desmoronamiento familiar, gastando su existencia fingiendo ser rudos, pero exudando solamente ternura.

Rompepistas, del que se oculta siempre el nombre de pila, es miope, esquelético, asmático y tiene el pelo teñido de rubio; expulsado del colegio, junto a su compinche Carnaval, da cuenta de cómo va tirando por la borda los días, que transcurren entre su amor frustrado con Clareana, bajista del grupo, encendidos pleitos paternales y las interminable juergas y tropelías junto a los Skinheads por la Paz, una turba despatarrada, cuyo líder es un hooligan conocido como el Chopped, y compuesta por tipos de apodos tan delirantes como el jejé, el puños, el pachanga, el sutil, el bomba fétida, el antología y el peligro.

Salpimentada con canciones de Generation X, The Clash y The Specials (aunque no falta el rock radical vasco de Kortatu), la tercera novela del también periodista Kiko Amat, editada por Anagrama, cierra una trilogía sobre historias de adolescentes, con las que el autor guarda cierto contacto autobiográfico.

Nacido en 1971, Amat da cuenta de lo vivido durante los ochenta (la obra se centra en 1987) en la comarca de Sant Boi de Llobregat, donde esa pandilla de provincianos pasa de la adolescencia a la juventud acompañados del nerviosismo del No futuro y el burbujeo de inagotables cervezas. Rompepistas es honesto en cuanto al rol que desempeñaban: “Éramos la sarna del pueblo y como tal nos comportábamos”.

Se trata de una novela punk, imbuida de la candidez de ese tipo de espíritu romántico; y en ese sentido, genuina, honesta y natural. Apasionado de la cultura pop –de filia británica-, KiKo no ha hecho un ejercicio experimental ni una introspección psicológica en los personajes; no se trata pues de una obra de grandes pretensiones formales sino de una gesta escritural en la que priva el deseo por contar de manera eficiente y cálida una historia.




Más allá de las peleas callejeras y el recuento de una violenta infancia en un colegio católico, en el que no escaseaban los castigos y las vejaciones, subyacen tópicos como la amistad, la traición y la fidelidad; los miedos e inseguridades propios de la edad y la súbita y brutal pérdida de la inocencia.
Colaborador de La vanguardia y también autor de El día que me vaya no se lo diré a nadie (03) y Cosas que hacen BUM (07), aprovechó sus primeras obras para llegar a esta, una evocación del momento en que: “a todos los efectos eres un niño pero haces majaderías de adulto; un punto extraño e indefinido”.

La novela como acto memorialista de una generación, que anhelaba hallar una vía de escape, existente en muchas ocasiones a través de la música. Para el escritor la fórmula era simple: “En aquel tiempo, todas las cosas eran usadas, no reflexionadas. Los discos eran para bailar, no para elaborar grandes tesis”. En ese sentido, se trata de un libro que habrá de decepcionar a los amantes de las estructuras complejas o de los grandes retos narrativos. Aquí hay una historia sencilla, contada con afilado humor y vehemencia, y por la que se filtran asuntos como la culpa y el remordimiento.

Un rara avis del periodismo, como puede constatarse en su blog La escuela moderna, e instalado en las antípodas del fenómeno Nocilla y todo el asunto del afterpop, Kiko es más bien un escritor tradicionalista al estilo del inglés Nick Hornby (Alta fidelidad, Fiebre en las gradas).
A lo largo de la novela se recuperan viejas canciones y frases para el combate callejero, que hoy dan risa: Curas al paredón, Nuclear si… por supuesto, Condenados a luchar. 20 años pasaron para que el autor pudiese decantar y transformar sus recuerdos, que de alguna manera exaltan los viejos tiempos: "la cohesión de la banda fue lo que nos salvó, mientras que las canciones de los discos de vinilo eran la única posibilidad de acceder a algo bonito".

Rompepistas es ante todo el diario íntimo de un punk de provincias, una instantánea novelada de: "unos niños dañados y perdidos en un mundo que no entendían, con todo en contra".


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