domingo, 3 de mayo de 2009

Bonnie "Prince" Billy: cronista y poeta de la Norteamerica profunda


El pensamiento único es una trampa, reforzada por el sistema comercial que pretende estandarizarlo todo para aumentar su potencial mercado. Un país como los Estados Unidos fraguado con base en los migrantes no puede ser representado por una cultura monolítica y superficial. No todos los gringos son estúpidos y no todo en música se limita a Britney o Rihanna. En verdad existe un acervo enorme que procede de la raíz multirracial y que de verdad honra a la historia de uno de los países más jóvenes del planeta.

Casi de todos lados del orbe arribó gente para asentarse en ese vasto territorio de la parte norte de América. Cada grupo social llevó sus costumbres y tradiciones, cada pueblo le puso música a su existencia. Unos para quejarse de su situación, otros para elevar una plegaria y tantos más para acompañar sus celebraciones y acontecimientos.

Sobre esa tierra fértil descansa una nación extraviada en su soberbia y egoísmo, pero afortunadamente existen creadores que se desmarcan, que dan cuenta de la existencia de otra nación, que aunque agazapada existe y transpira. A lo que hace Bonnie Prince Billy se le puede llamar country alternativo, weird folk, o cualquier otro término, pero ante todo es un músico que se encarga de componer temas con alma, que son honestos en su modo de narrar el mundo y que en el escucha atento buscan complicidad.

Apenas han pasado unos cuantos meses de que publicó su último álbum de estudio“Lie Down in the Hill” (Drag City/Domino, 08), y un directo “Is It The Sea?” (Domino, 08) cuando ya está de vuelta con una obra que ya es considerada como maestra entre quienes conocen el trabajo de un hombre barbado que no es materia para la frívola farándula, los tabloides escandalosos y la radio fórmula.

Más que emanado de las grandes ciudades, el sonido de este hombre, creador de varios seudónimos, es campirano y ciertamente melancólico. No desparrama alegría, más bien se orienta hacia una sensibilidad taciturna y reposada. Beware (Dragcity/Domino,09), su disco nuevo, es un ejemplo máximo de lo que es una belleza serena, pero no por ello menos impactante o emocional.

Nunca como ahora se dedicó a detallar un disco grande: reunió casi a una orquesta, grabó rodeado de recursos y puso énfasis a su modo de cantar, antes un tanto solemne. Este admirador de Elvis, figura del Americana y elusivo compositor, se acercó incluso al góspel en está oportunidad, se rodeó de coros femeninos y, como siempre, agregó muchas vivencias personales a las letras, que son evidentes en títulos como “I won’t ask again”, “My life´s work”, “You can´t hurt me now” y “I am goodbye”, que por cierto es el primer sencillo.


Beware es su trabajo más rico en orquestación y matices, lo que se debe por una parte al uso de instrumentos diversos, como xilófono, banjo, saxofón y violín, aunados a la participación de gente como Josh Abrams de Town and Country, Jennifer Hutt, Emmett Kelly de The Cairo Gang, Michael Zerang, Rob Mazurek (Chicago Underground Orchestra, Isotope 217), Greg Leisz (Matthew Sweet Band), Leroy Bach (ex Wilco), Jon Langford (The Mekons) y Azita Youssefi.
Algunos son habituales junto a Will Oldham, como en realidad se llama Bonnie, y otros fueron invitados especialmente para enriquecer composiciones embriagadas de vida que ahora ya no lucen tan desnudas o desprotegidas.
Quizá la gente que no haya pasado por desilusiones o que finge ser completamente feliz no se identifique con canciones que constantemente hablan de despedidas, que suenan: "a adiós / como el fin de algo maravilloso".
Teniendo de su lado un caudal de más de 30 disco editados de 1993 a la fecha, Prince Billy sólo tiene al cielo por frontera; es un vaquero que cabalga rumbo a la eternidad mientras canta como si no se inmutara siquiera. No necesita del estruendo para decir verdades enormes o lamentarse de la rutina adulta. La parte más luminosa y rítmica la deja para “I´m goodbye”, con acento bluegrass y corta duración (apenas poco más de dos minutos).
Al autor de I see darkness (02) y The letting go (06), nacido en Louisville, Kentucky, hay quien lo ve como el más digno sucesor de Dylan, elogio grande pero merecido, aunque en Beware subraya que anda en la misma senda polvosa por la que paso Johnny Cash; el hombre de negro puede reconfortarse en el más allá al saber que tiene alguien que supo asimilar sus enseñanzas.
Bonnie Prince Billy es un talento silvestre, un poeta lírico, un artista taciturno que ha encontrado la manera de congraciarse con la esencia de la música tradicional de un país que muchos no quieren mirar pero que existe. La Norteamérica profundo tiene en este hombre a uno de sus más grandes cronistas.

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