sábado, 21 de marzo de 2009

Joe Crepúsculo: la filosofía en el pop y el pop como filosofía.



  • Barcelona, España

    Un estudiante de filosofía se mantiene de digitalizar documentos antiguos procedentes de la catedral de Girona y la Biblioteca Nacional de Catalunya. A cada sesión de copiado lleva un cuaderno donde anota algunas de las curiosidades escritas en esos viejos legajos. Mientras labora, escucha en sus audífonos las pistas que ha compuesto el día anterior en su casa.
    Jöel Iriarte cuenta con un montón de añejos teclados, pues ha tocado techno duro, surf, rock y heavy metal; su sensibilidad es amplia, así que no le faltan instrumentos diversos y una baraja descabellada de influencias en la que caben: Dire Straits, Pink Floyd, Supertramp y Elton John, entre muchos otros; además tiene de su lado el conocimiento del pensamiento clásico, que le sirve para convertir al propio San Agustín de Hipona en un letrista pop. El personaje al que bautizó como Joe Crepúsculo puede usar una obra cristiana como Las Confesiones y convertir una de sus máximas en el coro de una canción: “Ama y haz lo que quieras”.
    Si ya parece alucinado combinar a San Agustín (“la medida del amor es amar sin medida”) y teclados vintage, todavía lo es más cuando en vez de cantar de un modo tradicional, las letras se dicen con aparente total desgana, sin énfasis, como quien lee una receta o el directorio telefónico. Si a ello sumamos el gusto del compositor por los sonidos feos o cursis, tenemos delante a uno de los proyectos más bizarros de los últimos años en el panorama español.
    Miembro también del grupo Tarántula y en proceso de titulación, Jöel crea para sí mismo y no esperaba nada de sus canciones, quizá esa sea su mayor virtud. En menos de un año editó dos discos: Escuelas de zebras y Supercrepus, que no sólo distribuyen Producciones Doradas sino que él mismo regala por doquier, además de ofrecerlos completos de forma gratuita en su página.
    Hablar de Joe Crepúsculo es hablar de total desparpajo, de una oda al mal gusto que resulta sublime. Allá lo llaman cutre, acá podemos decirle art nacó o lo que se nos ocurra. Se trata de un proyecto no exento de un fino sentido del humor pues siempre resultará difícil tratar de reconciliar lo irreconciliable; valga de muestra una línea: “no es fácil amar en tiempos de democracia/ cuando la moral ha perdido toda su eficacia y esplendor social”.
    ¿Un tipo proveniente de tiempos perdidos y armado con un sintetizador o un genio del sarcasmo y la programación? Tal vez ambas cosas. En un desplante de honestidad ha contado que para “Amor congelado” puso la letra de “Time and love” de Barbra Streisand en un traductor de internet para obtener frases utilizables. En otro tema, “El faro”, convierte en estribillo castizo un clásico de Elton John, “Don´t let the sun go down on me”.
    El resultado cuando menos descoloca e intriga, y no es para menos, al escuchar frases como: “cuando las navajas se te clavan en las nalgas y te sangran los ojos de ilusión” (“Sandra”). Nada es intocable para Crepúsculo, quien incluso en “La amistad” hace un guiño a la banda sonora de El rey león. Mientras se le escucha, uno no puede sino recordar a los tecladistas de bar o los que actúan en fiestas particulares.
    Heredero de ciertos aspectos de la movida, -esas cajas de ritmos hiper ochenteras-; poeta chirriante y vocalista descuadrado, su falta de ambición vino colmada de buena fortuna. No esperaba nada y de golpe resulta elegido como el mejor disco español del año por la influyente revista Rockdelux, es entrevistado por el diario El país, entre otros, y las ofertas le llueven, al grado de dejar su viejo empleo para atender múltiples compromisos.
    Y no es que todas las canciones le salgan bien; algunas quedan cursis a ultranza, desparramando mermelada y crema batida, pero cuando da en el blanco del pop como filosofía de vida obtiene maravillas como “Capitán”, a partir de un poema de Antonio Machado, o bien “El día de las medusas” y la ya citada, “Amar en tiempos de democracia”, deudora de los primeros Alaska y Dinarama.
    Joe no conoce límites, en “Baraja de cuchillos” quiso hacer algo como “Walk of life” de Dire Straits y el resultado ni se parece. Luego llena sus piezas con campanas o cencerros sacadas de la era oscura de la disco music y hace coros, con voces dobladas, que le envidiarían las más edulcoradas baladistas de temporada.
    Lo que en un principio pretendía ser un álbum dedicado al amor, al final contiene canciones de agua, de aire y de navajas, e incluso una instrumental, “El día de la sardina”. ¿Cómo no despatarrarse de la risa cuando una canción dice: “tengo un papagayo verde para ti”?
    Supercrepus, disco palíndromo, puede ser irritante y provocador, pero también nostálgico (en hora buena el cover de “No me acostumbro”, original de El último de la fila); por un instante ser super banal (“ven a reír, ven a bailar”) y luego soltar aseveraciones como: “nadie puede ser libre hasta que lo sean los demás”.
    Esa ambivalencia es la que lo destaca, lo sublima, lo hace untarse a la piel y taladrar la mente, porque como dice en “La canción del verano”: “La música es tan frágil que los recuerdos se quedan impregnados para siempre”.

1 comentario:

rafafefifofu dijo...

Es intrigante el trabajo de Joe Crepúsculo. Llevo escuchandole desde hace ya tiempo y cada día encuentro otra lectura a sus canciones.

Intenté ponerle en una fiesta y la reacción primera fue un amargo recibimiento por su voz y el tecladito vintage que mucho nos han metido como primer recurso en "el under" chilango.

Otros grupos que me parecen brutos en la escena del pop español son Lava Lamps, Love of Lesbian y los Punsetes.