domingo, 25 de enero de 2009

el pop mutante y lisérgico de Animal collective



Todavía recuerdo con claridad prístina la presentación de Animal Collective en el Coachella 2007. De hecho, verlos en directo era una de las prioridades del viaje. Aparecieron a comienzo de la tarde en el segundo escenario, bañados por el sol californiano y a salvo de las infernales carpas.

Apostados detrás de un nutrido aparataje electrónico, los instrumentos convencionales apenas y jugaban un papel secundario. Se trataba de una orgía del sampler y las programaciones, que acompañaban a una performance esquizofrénica en la que quien tomaba el micrófono –hiper filtrado- era salpicado de algo parecido a violeta de genciana o tinta morada.

Crujidos, texturas, gritos y sonidos guturales se expandieron procedentes de una maraña que nos dejó sin habla. Aquella aparición se recuerda como una de las más memorables de la banda y que finalmente también sembró interrogantes diversos en torno a si estábamos preparados bien a bien para asimilar lo que ellos entienden como música. No faltaron las alabanzas incondicionales, ni la crítica sorda, pero cierto es que aquello fue una sesión demandante –física e intelectualmente- y un ejercicio serio de lo que se entiende como vanguardia, pese a que a los propios miembros del colectivo no se sientan a gusto con que se les adjudique tal término.

Feels (05) y Strawberry jam (07) se convirtieron en discos aclamados internacionalmente, aunque muchos coolhunters no entendían completamente de que iba la cosa. La actitud parecía ser: -si se dice que algo es punta de lanza, entonces lo es aunque no se le comprenda cabalmente-. Un poco como nos enseñara la historia de El traje nuevo del emperador, que sólo es visto por personas “inteligentes”.

Animal Collective parece prolongar al infinito su esencia de improvisación estridente, segundos después montan un rave a partir del baile primitivo y tribal, para súbitamente convertirse en un recital ruidoso y abstracto. Avey Tare (David Portner), Panda Bear (Noah Lennox), y Geologist (Brian Weitz) tienen muy en claro la naturaleza de tal mixtura: “se debe al hecho de que apreciamos mucho el tecno y la música primitiva: ambos tienen en común ritmos que sugieren un trance. Luego, este aspecto tribal y primigenio lo mezclamos con sonidos electrónicos, lo que le da el toque futurista. Es una mezcla bien particular entre vanguardia, sicodelia y un sentimiento originario”.

En repetidas ocasiones han precisado que su intención es generar un estado de confusión mágico, lo que evidentemente consiguen tanto en el estudio como en sus directos, y que ahora prolongan al arte del que se considera su octavo disco oficial: Merriweather Post Pavillion (Domino, 09). La portada consiste en un efecto óptico creado con formas que semejan hojas y que atrapan la mente de quien la mira. No falta quien apoya esta alusión a la vieja psicodelia ni a los que les parece un recurso manido. Ese ha sido el sello de la casa: provocar polémica y dividir opiniones. Más aun cuando se dicen elaborar una música abierta, que busca ser accesible para todo tipo de públicos, cuando es notorio que para su asimilación se exige del escucha una apertura total hacia los territorios del pop más experimental y bizarro, ese que se alimenta glotonamente de folk, hip hop, house, rock, world music, noise y mil cosas más.

En el rompecabezas sonoro que han ido armando con los años, parece que ahora calzan mejor las piezas, hay cierta apertura hacia formas tradicionales y una moderada sobrevivencia de los estribillos. Ya se dice que se trata del disco más pop de Animal Collective y no creo que se trate de una descalificación, más bien amplía todavía más el panorama de una banda siempre impredecible y enigmática

Merriweather… ve la luz tras una etapa en la que el ahora trío ha dividido su residencia entre Lisboa, Nueva York y Washington. Apenas poco tiempo antes de la aparición de uno de los discos más esperados del año, habían estado trabajando con el director Danny Pérez, con quien preparan una película desde hace dos años y que terminarán en el futuro. Mientras tanto se reunieron durante dos semanas en el Sweet Tea Recording Studio en Oxford, Mississippi, para grabar el material del que surgen las 11 piezas de la versión en disco compacto.
Durante las primeras entrevistas a propósito de la edición del disco (que obviamente se filtró semanas antes a la red) han señalado que el elemento clave ahora fue el bajo –pretendían que calara hasta los huesos- y que a partir de este fueron construyendo las partes, para provocar su tan querido trance; por ello no extraña la presencia de un didgeridoo en “Lion in a coma”, el potencial hipnótico de un mantra posmoderno como “My girls” o el carnaval percusivo afrocaribeño de “Brothersport”.
Con esta entrega no hacen sino subrayar la influencia decisiva que ejercen sobre la música de avanzada; confirman el magnetismo que ejercen sobre artistas como High Places, Fleet Foxes, The Ruby suns, Gang Gang Dance, The War on the Drugs y El guincho, entre muchos otros.
La gira previa, que apenas terminó a finales del 2008, les llevó a lugares tan disímbolos como Turquía, Grecia, Eslovaquia, Perú, y Chile, que sirvieron como fogueo para los temas nuevos, que no improvisan sobre el escenario; tocan las composiciones una vez que las tienen terminadas, pero que sin embargo van evolucionando: “Hay algo en lo que hacemos que me recuerda al hip-hop más antiguo, con un acercamiento bien primitivo en el uso de las máquinas, en el que no todo encaja perfectamente. Cuando usamos sintetizadores o computadores, no estamos sincronizados por máquinas, sino que cada uno está apretando los botones para hacer calzar las piezas… y claro que no encajan bien, pero esa es la idea. Personalmente, nuestro sonido me recuerda en algo a grupos como Public Enemy, pero también a la electrónica de la gente de Basic Channel, o el dub”, apuntaba Panda Bear a un periodista chileno antes de su presentación en el Industria Cultural.

El proceso de composición consiste en grabar partes tocadas orgánicamente y luego manipularlas digitalmente a través del sampler. El peculiar universo de Animal Collective se equilibra combinando elementos aparentemente opuestos; en este caso tenían la intención de que sonara más electrónico que sus antecesores pero también recurrieron a técnicas propias de la música clásica, como lo son las variaciones, que van haciendo evolucionar una composición sin perder su esencia, recurriendo a sutiles modificaciones progresivas.
Cuentan con múltiples recursos: voces hipnóticas en los coros de “Guys Eyes” o bien una pátina a lo Brian Wilson y Van Dyke Park atascados de efedrina en “Summertime clothes” y “Bluish”. Apuntalan el álbum en un tema como ‘My Girls’, contagioso, adictivo, tribal y futurista a la vez, que es quizá lo más cercano a un sencillo que han escrito nunca. En un mundo perfecto su destino sería lo alto de las listas de popularidad, pero hasta ahora la rareza no es apreciada lo suficiente.
El colectivo animal ha entregado un disco que aparece apenas comenzado el año y que ha generado que se le considere una obra definitiva y crucial. Lo que es seguro es que su sonido habrá de conseguirles muchos nuevos adeptos. Hace tiempo que se han convertido en un referente de la exploración musical. Pero no faltarán los radicales a los que no les parezca que la banda se proyecte a otro nivel, ni escasearán los recién llegados que los consideren la panacea.
Sea cuál sea el caso, Merriweather Post Pavillion es el disco que va a marcar el pulso de la actualidad, agitara con fuerza la bandera de la vanguardia, algunos querrán verla, otros tantos dudarán antes de abrazarla. Esa es la historia del mundo y de este trío de músicos que vaga por él.



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