Cuando se habla de la vida en el norte de la costa este de los Estados Unidos existen dos grandes escenarios. Por un lado, la vida en las grandes ciudades (las figuras de Nueva York y Boston lo acaparan casi todo), y sus implicaciones de caos y hacinamiento urbano. Pero también está lo que ocurre en la periferia, en los pequeños poblados que parecen ir a un ritmo más lento que el resto del país y que también conllevan su complejidad social.
En eso sitios viven adultos y jóvenes que no gozan del American dream y que palpa de muy cerca la falta de empleo y opciones de progreso. El espejismo capitalista nos vende la polaroid de un mundo en que cada individuo pasa por ser un ejecutivo, pero no difunde por igual el retrato de los obreros llenos de grasa tras la jornada o la de los granjeros lidiando con los problemas diarios de la siembra.
No existe pues una visión monolítica de los U.S.A., sus realidades alternan en tiempo y espacio con un marcado alto contraste que subraya sus diferencias. Un artista que ha desarrollado su carrera cronicando las historias de esta gente es Bruce Springsteen, considerado un bardo de este segmento de la cultura popular gabacha: la clase trabajadora.
Muchos de los jóvenes de este tipo de zonas crecen escuchando sus canciones, que alternan con otros referentes como el punk, el rockabilly o el metal. Es importante subrayar la función que cumple la música en estos grupos sociales, pues se convierte en el vehículo a través del cuál se encauzan los pesares que la existencia va dejando.
Aquí es donde se preserva integra la capacidad del rock para brindar identidad a sus seguidores. Tal es el caso de una banda procedente de New Brunswick, New Jersey, cuyas composiciones aglutinan el discurso de Springsteen con las enseñanzas de distintas corrientes que van del punk a lo The Clash al tratamiento peculiar de guitarras que caracteriza a The Cure.
En un momento en que el punk se ha convertido mayormente en glamour e impostura, no es fácil hallar artistas cuyo discurso sea congruente y alejado del panfleto político o la vaciedad adolescente. Eso es lo que ha hecho que The Gaslight Anthem se destaque; han encontrado la manera de componer canciones con una lírica interesante que también se apoyan en melodías que suenan épicas.
Sus composiciones poseen fuerza y elusividad; no se dejan encasillar tan fácilmente, por ello su debut Sink or Swim (XOXO Records, 07) llamó la atención de todo tipo de portales y publicaciones punks, pero también de medios más establecidos, como las revistas Spin y Kerrang. Esta publicación inglesa, de corte rocker, los catapultó a la portada prácticamente sin haber escrito nada previo y los recomendó como: “La mejor banda que vas a escuchar en el 2008”.
Así se abrieron espacios en la BBC para una banda novata y casi inédita en Europa, que no decepcionó con su segundo largo The 59 sound, cuyos temas dan cuentan de las cosas que pasan en la bahía de Jersey (Jersey Shore). Se trata de un grupo que encontró la manera de ser y sonar norteamericanos sin caer en los clichés; las canciones cuentan historias desde la óptica de sabios vagabundos que extraen la esencia del entorno, de ahí títulos tales como “Even Cowgirls Get The Blues” y “Here’s Looking At You, Kid”.
Otro aspecto muy loable de la banda, es que no por ser muy jóvenes desconocen a sus antecesores, todo lo contrario, aprecian y estiman la tradición, como lo confirma Alex Rosamilia, guitarra de la banda: “Me gustaría pensar que las referencias a Peter Seger, Tom Petty o Dylan son debidas a que nos gusta la buena música y el hecho de que no hay mucha buena últimamente. También la literatura es una manera de contar cosas y como tal también es otra influencia”.
Por ello no extraña que el primer corte este inspirado en Grandes esperanzas de Charles Dickens, cuya figura impregna otros momentos del disco, por el que desfilan otros fantasmas de gran peso, como en “Miles Davis & The Cool” y “Casanova, Baby”.
The Gaslight Anthem se empeñan en nutrir de sustancia sus temas, ya que encuentran que actualmente demasiadas bandas se fijan mucho en cosas externas más allá de la propia canción. Parecen como salidos de otra época, no les atraen los asuntos relativos a la moda, ellos aprecian el estilo antiguo de entender al rock, donde había compromiso y honestidad: “Estaría muy bien haber nacido hace décadas y haber podido abrir algún concierto para Elvis Presley, pero también lo es poder hacerlo para Social Distortion o Bruce Springsteen”. Un sueño que hace muy poco se cumplió.
Con todo, The 59 sound es un trabajo cuya proyección ha sido gradual, pues aunque lleva tiempo editado en su país natal apenas aparece en Europa, como un novedad para mover durante el circuito veraniego de festivales (como en el de Bilbao donde les fue muy bien).
Brian Fallon, el vocalista, es quien resume su labor: “Gran parte de nuestro material se puede considerar como intrincado, pues no sólo tiene que ver en la cantidad de notas que puedes meter en una composición de tiempo extraño, también se trata de ser capaces de subir y bajar, y de alguna manera meterse en la cabeza de alguien”.
Para renovar al punk prefirieron tirarse de cabeza en las raíces, así que no sólo podemos rememorar al Boss, allí está la herencia de Joe Strummer, junto a The Clash y luego con Los mezcaleros. Sus personajes parecen prófugos de una canción de Tom Waits o de una película de Jim Jarmush. Por fortuna, nos encontramos con unos chicos rudos que en vez de conformarse con solamente gritar peroratas, prefieren narrar historias sobre los héroes anónimos y domésticos. A final de cuentas, las grandes batallas –y su épica- comienzan en el patio trasero de un pueblo chico.
En eso sitios viven adultos y jóvenes que no gozan del American dream y que palpa de muy cerca la falta de empleo y opciones de progreso. El espejismo capitalista nos vende la polaroid de un mundo en que cada individuo pasa por ser un ejecutivo, pero no difunde por igual el retrato de los obreros llenos de grasa tras la jornada o la de los granjeros lidiando con los problemas diarios de la siembra.
No existe pues una visión monolítica de los U.S.A., sus realidades alternan en tiempo y espacio con un marcado alto contraste que subraya sus diferencias. Un artista que ha desarrollado su carrera cronicando las historias de esta gente es Bruce Springsteen, considerado un bardo de este segmento de la cultura popular gabacha: la clase trabajadora.
Muchos de los jóvenes de este tipo de zonas crecen escuchando sus canciones, que alternan con otros referentes como el punk, el rockabilly o el metal. Es importante subrayar la función que cumple la música en estos grupos sociales, pues se convierte en el vehículo a través del cuál se encauzan los pesares que la existencia va dejando.
Aquí es donde se preserva integra la capacidad del rock para brindar identidad a sus seguidores. Tal es el caso de una banda procedente de New Brunswick, New Jersey, cuyas composiciones aglutinan el discurso de Springsteen con las enseñanzas de distintas corrientes que van del punk a lo The Clash al tratamiento peculiar de guitarras que caracteriza a The Cure.
En un momento en que el punk se ha convertido mayormente en glamour e impostura, no es fácil hallar artistas cuyo discurso sea congruente y alejado del panfleto político o la vaciedad adolescente. Eso es lo que ha hecho que The Gaslight Anthem se destaque; han encontrado la manera de componer canciones con una lírica interesante que también se apoyan en melodías que suenan épicas.
Sus composiciones poseen fuerza y elusividad; no se dejan encasillar tan fácilmente, por ello su debut Sink or Swim (XOXO Records, 07) llamó la atención de todo tipo de portales y publicaciones punks, pero también de medios más establecidos, como las revistas Spin y Kerrang. Esta publicación inglesa, de corte rocker, los catapultó a la portada prácticamente sin haber escrito nada previo y los recomendó como: “La mejor banda que vas a escuchar en el 2008”.
Así se abrieron espacios en la BBC para una banda novata y casi inédita en Europa, que no decepcionó con su segundo largo The 59 sound, cuyos temas dan cuentan de las cosas que pasan en la bahía de Jersey (Jersey Shore). Se trata de un grupo que encontró la manera de ser y sonar norteamericanos sin caer en los clichés; las canciones cuentan historias desde la óptica de sabios vagabundos que extraen la esencia del entorno, de ahí títulos tales como “Even Cowgirls Get The Blues” y “Here’s Looking At You, Kid”.
Otro aspecto muy loable de la banda, es que no por ser muy jóvenes desconocen a sus antecesores, todo lo contrario, aprecian y estiman la tradición, como lo confirma Alex Rosamilia, guitarra de la banda: “Me gustaría pensar que las referencias a Peter Seger, Tom Petty o Dylan son debidas a que nos gusta la buena música y el hecho de que no hay mucha buena últimamente. También la literatura es una manera de contar cosas y como tal también es otra influencia”.
Por ello no extraña que el primer corte este inspirado en Grandes esperanzas de Charles Dickens, cuya figura impregna otros momentos del disco, por el que desfilan otros fantasmas de gran peso, como en “Miles Davis & The Cool” y “Casanova, Baby”.
The Gaslight Anthem se empeñan en nutrir de sustancia sus temas, ya que encuentran que actualmente demasiadas bandas se fijan mucho en cosas externas más allá de la propia canción. Parecen como salidos de otra época, no les atraen los asuntos relativos a la moda, ellos aprecian el estilo antiguo de entender al rock, donde había compromiso y honestidad: “Estaría muy bien haber nacido hace décadas y haber podido abrir algún concierto para Elvis Presley, pero también lo es poder hacerlo para Social Distortion o Bruce Springsteen”. Un sueño que hace muy poco se cumplió.
Con todo, The 59 sound es un trabajo cuya proyección ha sido gradual, pues aunque lleva tiempo editado en su país natal apenas aparece en Europa, como un novedad para mover durante el circuito veraniego de festivales (como en el de Bilbao donde les fue muy bien).
Brian Fallon, el vocalista, es quien resume su labor: “Gran parte de nuestro material se puede considerar como intrincado, pues no sólo tiene que ver en la cantidad de notas que puedes meter en una composición de tiempo extraño, también se trata de ser capaces de subir y bajar, y de alguna manera meterse en la cabeza de alguien”.
Para renovar al punk prefirieron tirarse de cabeza en las raíces, así que no sólo podemos rememorar al Boss, allí está la herencia de Joe Strummer, junto a The Clash y luego con Los mezcaleros. Sus personajes parecen prófugos de una canción de Tom Waits o de una película de Jim Jarmush. Por fortuna, nos encontramos con unos chicos rudos que en vez de conformarse con solamente gritar peroratas, prefieren narrar historias sobre los héroes anónimos y domésticos. A final de cuentas, las grandes batallas –y su épica- comienzan en el patio trasero de un pueblo chico.
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