Barbès es un barrio de París, situado a los pies de la iglesia del Sagrado Corazón, sus calles están llenas de restaurantes de cus-cus y bares cargados del humo que sale de las hookas; es un pedacito de África inserto en las entrañas de Francia. En sus cafés y salones el tiempo transcurre lento entre partidas de dominó y música que llega vía satélite desde diversas latitudes del llamado continente negro. Allí las nacionalidades se difuminan y los conflictos se dejan de lado, propiciando la convivencia pacífica.
En sus alrededores se asientan desde hace 50 años aquellos africanos que han intentado “la aventura francesa”, en pos de mejores condiciones de vida. En ese entorno se reunieron músicos de diversos países para conformar una agrupación musical que fuera insignia de la multiculturalidad del barrio, de su tolerancia práctica y que mostrara al resto del mundo el gran acervo rítmico ancestral africano desde una óptica contemporánea.
Animados por el bajista Youcef Boukella, se reunieron el percusionista, cantante y animador Kamel Tenfiche; el tecladista marroquí Taoufik Mimouni, el vocalista Mehdi Askeur; Fateh Benlala con su mandolina y canto chaâbie y kabile; Fathellah Ghoggal en la guitarra, más una base rítmica compuesta por Ahmed Bensilhoum, un gran percusionista en todos sentidos, y Michel Petra, baterista sin límites.
La Orquesta Nacional de Barbès comenzó su historia en 1995, repasando la riqueza sonora de África, desde el norte –el Magreb- hasta las tierras que empiezan a partir del desierto del Sahara, siendo la voz de un conglomerado humano que según su fundador: “es una encrucijada donde se rompen las fronteras. En la orquesta no somos ni kabiles, ni argelinos ni marroquíes, somos personas”.
De Barbès (97), su disco debut -que tenía un sonido más jazz a lo Bradford Marsalis-, vendieron más de 100 mil copias y no pararon de fusionar raï, reggae, y gnawa por doquier hasta que en el 2002 decidieron entrar en un impasse. Poco se sabía del futuro de esta enorme banda compuesta por solventes músicos procedentes de Argelia, Marruecos y de varias ciudades y suburbios de Francia.
La Orchestre National de Barbès está de nuevo en la calle con una grabación que sucede a Poulina (99). Alik (Soudani-Karonte, 08) es el título de su tercera producción, cuyo nombre cuando menos conlleva dos interpretaciones; la primera señala que proviene de un término raï que significa pensar. Y la otra consigna que su correcta traducción es atención.
Tras alguna esporádica presentación en el 2006 (en el Etnival) siete de los diez componentes originales se juntaron para hacer su disco más rockero y rabioso a la fecha y de obligada conexión con Rachid Taha, Mano Negra y Les Negreses Vertes. Basta decir que una de sus piezas fundamentales es una versión de “Sympathy For The Devil” de los Rolling Stones, en lo que no es una apropiación gratuita sino más bien un intercambio, pues la banda de Mick Jagger hace años incluía en sus conciertos “Alaoui”, original del combo galo, que por su parte cerraba su directos con ese inmenso himno compuesto por los ingleses. Un cover que inevitablemente nos hace rememorar el excelso “Rock el Kasbah”, la adaptación de Rachid Taha a The Clash.
La parte tradicional del álbum se sustenta en el homenaje a tres compositores argelinos; Mohamed Larbi, también conocido como Cheikh el Mamachi, un gran poeta y cantante beduino, del que ejecutan “Civilise” en clave raï-rock; Slimane Azem, un disidente kabile, autor de “Residence”, un canto sobre la inmigración actual que tiene como base una mezcla de zouk y rumba congoleña; y Mohamed Mazouni, un inmigrante incomodo de los años sesenta y compositor de “La rose”, que aparece primero a ritmo a vals y después en una de las atrevidas fusiones típicas de las Orquesta.
Su carácter desenfadado y arrabalero, así como su actitud combativa los hacen ver como una expresión que conjuga con especial maestría los códigos de las culturas autóctonas con los del rocanrol más visceral.
Bien ha valido la pena esperar casi nueve años para una tercera entrega, que los mantiene apegados a sus ideales de origen: "Estamos aquí para tocar y hacer disfrutar a varios países, a varias culturas. La música provoca placer y el placer dulcifica las amarguras de la vida, aunque no las cure. Lo que no impide que haya que cantar: ¡hermano, cantemos!”. Tal ideología es vertida durante sus presentaciones recientes, entre las que se cuentan los Festivales La Mar de Músicas y Pirineos Sur, ambos en España.
Alik es un trabajo vigoroso y vasto, en el que también hay música de la tradición gnawa (“Khalti Hlima”) o fiestera total en “Wawa” y “Madame”, en las que Kamel luce sus amplias posibilidades y recursos vocales. Es una puntual bitácora sonora de un barrio que no pide pasaporte, donde sus ciudadanos se erigen como miembros de una nación imaginaria verdaderamente interesada en aquel viejo lema: Libertad, Igualdad y Fraternidad.
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