Acompañó la lectura de las 129 páginas de la novela El círculo de Eranos con Carried to dust, un disco grabado por Calexico, donde uno de sus personajes se siente solo y perdido durante un viaje que lo llevará del desierto californiano y el Yucca Valley hasta las planicies de Arizona.
El hombre está extraviado y solitario durante su incursión, como quizá también me sienta yo durante el recorrido de Paolo César Portinari, el personaje que el torreonense Carlos Reyes Ávila utilizó para narrar un viaje que se siente largísimo a través de un territorio europeo, que si bien se conoce que existe en el plano real más bien se percibe como una ínsula mítica en la que únicamente habita la literatura.
Desde sus orígenes, el arte de contar historias ha tomado al viaje como un pretexto fundamental, en el que la recompensa no se obtiene con su conclusión o con el regreso al punto de partida sino a través del proceso en sí mismo. Pensemos en el cazador que salió de su caverna e inútilmente trató de matar a un mamut; vuelve decepcionado por la falta de alimento, pero motivado por el hallazgo de tierras ignotas que ahora comparte al calor de la hoguera con su tribu.
Ahí tenemos a los que partieron a Troya a librar una guerra ajena tan sólo comprometidos por el honor. Tras la batalla uno de ellos hallará en el extravío su propio destino, haciendo de la Odisea un paradigma. Muchos años después el caballero de la triste figura cabalgará La Mancha inventando que vive capítulos heroicos que sólo su demencia puede crear.
Tampoco podríamos entender los veinte años que separan a 1950 de 1970, sin imaginar a un pandilla de aventureros recorriendo las carreteras norteamericanas de punta a punta. De Nueva York a San Francisco pasando por Denver, o de la Urbe de Hierro hasta las entrañas de una ciudad de México empapada de mezcalina. La esencia beatnick sólo se entiende On the road y a bordo de un automóvil.
Recientemente, la literatura latinoamericana nos entregó una de sus más grandes obras. Los Detectives salvajes de Roberto Bolaño, no es otra cosa que el instinto permanente de Ulises Lima y Arturo Belano por escapar y someterse a un azaroso periplo que pueda congraciarlos con la vida misma.
Los temas pueden variar según la época, lo que está claro es que para la literatura el verdadero viaje radica en el lenguaje, en un recorrido por las palabras y las ideas que permita a su autor conocer primero su esencia y luego plasmar su visión de uno o muchos mundos posibles.
Carlos Reyes emprendió un reto narrativo de grandes dimensiones. Su novela El círculo de Eranos implicó primero un descenso a las profundidades de su propio ser para trazar después el veleidoso mapa de su ruta literaria.
A fin de cuentas, Paolo César Portinari, su personaje, puede ser él mismo, un complejo alter ego o bien un arquetipo del hombre que busca, según los conceptos del psicólogo Carl Jung, cuya figura aparece reiteradamente para dirigir los movimientos de un hombre que intenta interpretar su destino en un escenario onírico, a medio camino entre la pesadilla y el delirio.
Si bien hay escritores cuya preocupación es alcanzar la transparencia y la ligereza, tal como propusiera Italo Calvino; puedo decir que Reyes no pertenece a tal saga, su cofradía es otra, una que apuesta por las veladuras, por las sombras, por el ocultamiento, y que en este sentido se vuelve prosa densa, pero no por ello menos intrigante o misteriosa.
He descubierto- tras finalizar la lectura del libro- que Carlos es un conocedor de los enigmas del Tarot, lo que no me resultó extraño. El círculo de Eranos es una novela que funciona como un texto de filosofía hermética, como un manual alquímico para iniciados, en el que sólo quienes conozcan el código podrán interpretar correctamente la extensa galería de símbolos que se cruzan o cohabitan con Portinari.
En el plano externo y más evidente del libro, sabemos que el joven se desplaza de Suiza a Portugal o viceversa, pero las ciudades no son tan vacuas como las puede mirar un simple turista, sino que son puertas que se abren hacía otras dimensiones, hacia un hábitat metafísico, como el que el pintor Giorgio De Chirico plasmaba en sus cuadros. Plazas fantasmales, carentes de figuras humanas, en los que la acción se concentra en el interior de las casas o edificios de puertas cerradas.
Así funciona El círculo de Eranos, que comienza sin contemplación alguna. Cito:
“El 18 de agosto de 1951 el Doctor Carl Gustav Jung no despertó a la hora de costumbre, ni antes ni después. Simplemente no despertó (…) La razón era simple: dormía, dormía y soñaba, lejos de este mundo.”
En el caso de muchas otras novelas puedo decir que su principio está en la palabra misma, pero no en este. El círculo de Eranos se alimenta del mito, lo convierte en su alimento narrativo, que el propio Portinari habrá de desentrañar a través del trato con seres metafísicos, como los elementales, o demoníacos, como las mujeres llamadas Hienas, que constituyen la cartografía pasional de Portinari.
Apenas entrevemos sus vínculos con el grupo que da nombre al título y que en la vida real fundara Olga Fröbe en 1933 y al que se unieron el fenomenólogo Rudolf Otto (quien propuso el nombre, que significa en griego “comida en común”, y el propio Carl Jung. Anualmente se reunían en Suiza para intercambiar posturas acerca de lo mítico, lo espiritual y el conocimiento.
La novela no busca pues el registro histórico sino crear un plano ficcional, fragmentario, en que las figuras simbólicas conduzcan al protagonista por su propio infierno dantesco. Se trata de un texto enigmático que habrá de demandar del lector su atención completa, ya que al conseguir descifrar al personaje conseguirá también interpretarse mejor a sí mismo.
El círculo de Eranos es una novela personalísima, que logra desmarcarse completamente de la producción nacional. De naturaleza críptica mantiene al lector en una especie de trance del que habrá de emerger fortalecido, pues habrá superado una experiencia demandante y poco habitual. A fin de cuentas, no es poca cosa darle la cara a los mitos y arquetipos, y enfrentarnos, como alguien ya ha dicho de esta obra, con: “símbolos de personajes que a su vez son símbolos de hombres”.
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