sábado, 30 de mayo de 2009

Akron/Family: La furia y la calma de la weird America.


Antes eran cuatro pero ahora como trío los de Pennsylvania no han perdido un ápice de potencia y creatividad; lo suyo traspira de total libertad y van a tope en aquello que se entiende como freak-folk. Ellos hacen una versión orgánica al 100% parecida a lo que Animal Collective logran su mescolanza, pero aun hay que precisar que aun en los momentos en los que priva el caos no se pierde el rigor y la buena factura.

Una agrupación como esta da testimonio de que existen corrientes por las que circulan sonoridades realmente heterodoxas; vamos que no son bandas que suenen del todo convencional y que si dan señas de que exista algo parecido a una Weird America.

Más asentados que nunca, no desprecian la calma y siguen amando la furia; saben torcer las melodías y hacer el uso necesario de los aires primitivistas. Se afirman como prolongadores y distorsionadores de la música ancestral de Norteamérica, gracias a temas como “River”, “They will apear” (con una guitarra afiladísima) y “Gravely Mountains of the Moon” (que rinde pleitesía a Neil Young y sus Crazy Horse). Akron/Family entrega la mejor de las cuentas, muchos les apartan un lugar en lo mejor del año, pelando palmo a palmo con Geizzly Bear.

Akron/Family
Set ´Em Wild, Set ´Em Free
Dead Oceans, 09

White Rabbits: Piano rock de locomotoras a dos baterías


Esta banda originaria de Missouri, pero con unos años asentada en Brooklyn, Nueva York, se ha ganado a pulso un lugar en el paisaje internacional de la música por tener un directo contundente, que se potencia por el hecho de que el sexteto incluye dos baterías. Con Fort Nightly (07) consiguieron un alentador debut que les llevó a telonear para The Walkmen, Kaiser Chiefs y Spoon, banda de la que tomaron a Britt Daniel, cantante y guitarrista, para producir su segunda incursión.
En esto del rock es bien difícil construir un sonido propio y estos conejillos lo han logrado dosificando la parte experimental, dando su lugar al piano y las guitarras acústicos. Hasta podemos acordarnos de Primal Scream cuando los escuchamos (“Rudie Fails”), y, siendo optimistas, incluso de los Radiohead más ligeros (“They done wrong/ We done wrong”), con quienes comparten disquera. Pero aunque este trabajo los lleva adelante ahora deberán concentrarse en componer canciones memorables, de esas que se recuerdan siempre.
Autodefinidos como creadores de un piano rock de locomotora, suenan actuales, aguerridos e inquietos, sólo les falta que su materia prima perviva, que sus temas se queden para siempre. La suerte no les ha faltado, ellos mismos se jactan se ser la banda más desconocida que ha pasado por el Late Show de David Letterman.
White Rabbits están a punto de grabar un disco que los congracie con la eternidad, por lo pronto han conseguido un segundo trabajo respetable y lleno de detalles.
White Rabbits
I`ts Frightening
TBD Records, 09

Folk de terciopelo, un leñador de nuestros días


Ojalá la mayoría de las disqueras y los artistas entendieran que especialmente los discos de rarezas, lados B y versiones deben ser generosos para contar con el favor del fan. Sam Beam es un tipo brillante y ello lo demuestra no sólo en su folk de terciopelo sino en el modo de dirigirse por la vida y esta entrega no es la excepción, pues resulta toda congruencia desde el arte a los 23 cortes que la integran.

Sorprende que este leñador de nuestros días, cuya discografía no es tan extensa en cuanto a álbumes (3), posea tal cantidad de canciones con un nivel de calidad y belleza superlativo. En ningún momento se siente como material de relleno; todo lo contrario, se halla en estado de gracia en cuanto a su rol de cantautor acústico.

Siguiendo la vereda por la que un día transitaron Nick Drake y Elliot Smith, compila viejas grabaciones domésticas, sesiones registradas con recursos elementales, ejercicios de estilo y temas ajenos elegidos con tacto que hacen las veces de enormes imanes: “Such Great Heights” de The Postal Service , “Waitin’ for a Superman” de Flaming Lips y“Love Vigilantes” de New Order.

Sam y su vieja guitarra, sentado en un porche y soltando pequeñas maravillas como: “Belated Promise Ring”, “Dearest Forsaken” y “Hickory”. A su lado tiene una banca vacía que espera por nosotros.

Vicente Amigo: un Paseo de Gracia visto por un flamenco


Por si no bastara haber acompañado a inmensos cantaores como Camarón de la Isla y Carmen Linares, este discípulo de Manolo Sanlúcar se cruzó con la gloria cuando en 1992 formó parte del mítico concierto Leyendas de guitarra en Sevilla, donde alternó con Paco de Lucía, Keith Richards y Bob Dylan. ¿Hace falta algo más para recomendar a un músico?
El cordobés Vicente Amigo (1967) ha mantenido un romance de largo aliento con el flamenco y ahora con su sexto disco se da tiempo de dedicarle un homenaje a una de las zonas más fascinantes de Barcelona, al tiempo que convoca a una pléyade de figuras del flamenco para que sumaran su arte.
Por este Paseo de Gracia (Sony/BMG, 09) desfilan la familia Morente entera (el inmenso Enrique junto a Estrella, Soleá y Enrique hijo). A su vera están Niña Pastori, Rafael de Utrera, Lin y Nani Cortés, entre un nutrido grupo de invitados.
Vicente ha conseguido un equilibrio entre la vena flamenca y la canción; consigue toquetear otros ritmos sin perder elegancia, sabiduría y jondura. Musicalmente, se encuentra arropado como nunca: Tino di Geraldo (batería y percusión), Antonio Ramos “Maca” (bajo), Alexis Lefêvre (violín) y Paquito González (percusión).
Los empeños de un músico dedicado a cantar a través de la guitarra ahora son puestos al servicio de letras escritas por él mismo y que le aportan al disco ese grado de intimidad tan personal (Ahí está “Autorretrato”) aun pasando por tantos colaboradores.
Como siempre, la parte armónica es elaborada con maestría y filigrana sin importar “el palo” al que recurra o si se atreve a saltar a otro género, como en la rumba-tango “Amor de nadie” y el paso por bulerías de “Luz de la sombra".
Bastan 9 temas para comprobar que este Amigo ha dado en estado de Gracia un Paseo empapado de arte flamenco por las calles de la Joya del Mediterráneo.

sábado, 23 de mayo de 2009

Ojos de brujo: brillante collar del mestizaje musical.


Si Barcelona es la perla del Mediterráneo, esta banda es el collar en que está engarzada. Desde hace años que su mixtura de flamenco, electrónica y otras hierbas engrandece el ambiente de su ciudad, que se precia por su toque multicultural.
Tras recorrer buena parte del mundo, recibiendo merecidos elogios, Marina “La canillas” había optado por detener el trote del combo y tras de varios alumbramientos de por medio (de ella y esposas de otros miembros) han regresado con energías renovadas con este Ahora (Aocaná en caló gitano).
El disco representa una vuelta a la rumba, género que les es natural, pero con perceptibles influencias de los ritmos latinos, traídos por Carlitos (trompetista y esposo de Marina); Siempre elegante es el trabajo guitarrístico de Ramón Giménez y Dj Panko se muestra más sabio y contenido, pero ello no resta al disco nada de la potencia y la prodigiosa ejecución que los define.
Ahí sigue su vena política (“Una verdad incómoda”) y “Baraka”, un tango-bolero sobre el drama de la inmigración clandestina. Por si no fuera poco con su arte romaní se hacen acompañar del rapero Tote King, el gran Chano Domínguez al piano, el flamenco Duquende y la legendaria orquesta cubana Los Van Van.
Son cubano, bulerías, chispazos electrónicos, reggae, funk y hasta sonidos hindúes (de parte de Katana College of percussion) confluyen en un disco que tiene en “La rumba del adiós” su punto más alto.
Ojos de brujo
Aocaná
Warner, 09

Bombay Dub Orchestra: transformando la música tradicional hindú


El éxito de la película Slumdog Millonaire trajo consigo no sólo que su banda sonora se venda como pan caliente, sino que muchos escuchas están apuntando sus oídos hacía las nuevas sonoridades que emanan del subcontinente Indio y esto ha beneficiado incluso a agrupaciones y solistas que venían transformando el sonido de una tradición musical milenaria.

Tal es el caso de Bombay Dub Orchestra, un proyecto creado por los británicos Gary Hughes y Andrew T. Mackay, que han desarrollado un trabajo integral (son músicos, productores y arreglistas) que cada vez crece en sus dimensiones; para este segundo álbum grabaron en Mumbai (antigua Bombay), Chennai (Madras), donde trabajaron con una orquesta de 75 músicos, posteriormente dar el toque electrónico y post-producir en Londres. La estancia en tales ciudades les sugirió el título de una entrega que ha sido apoyada por el influyente sello de San Francisco, California, Six Deegres, especializado en este tipo de entrecruzamientos.

El acervo folklórico pasa por el tratamiento clásico de la orquesta para finalmente obtener su cariz contemporáneo durante su acabado final. Esta carambola de tres bandas, así como la imaginería y seriedad puestos en los en los 11 temas hacen de esta propuesta un elemento clave para renovar el anquilosado concepto de chill out.

Bombay Dub Orchestra representan la complejidad de la India del presente, asida a su pasado pero buscando nuevos horizontes. Un disco que no escatima al momento de regalarnos paisajes sonoros de serena belleza.


Bombay Dub Orchestra
3 cities
Six Deegres, 09

martes, 12 de mayo de 2009

Réquiem Pop para Antonio


Insistías en conocer la Anatomía de una ola
o hacer de Madrid un lugar perdido
donde pasar 3000 horas con Marga
pero la impostergable cita
se cumplió una mañana de mayo.


En una décima de segundo salió la última gota
de la jeringa que selló el trato
escrito con sangre sobre un opiáceo lienzo años atrás.


Mientras transcurría el otoño
amenazabas con venirte abajo
pero la chica de ayer te redimía siempre
sin importar el gigante con el que dar la lucha.


Los relojes ocultos en la oscuridad juntaron sus manecillas
y una voz susurrante te dijo: -vístete-;
para decir adiós a la ciudad sólo deseabas mirar una vez más
las calles mojadas que te vieron crecer
pero ya no hubo tiempo,
apenas unos segundos y una frase anotada
casi sin pensar en un papel:
demasiado tarde para comprender
chica vete a tu casa no podemos jugar".

lunes, 4 de mayo de 2009

Les Yeux Noirs: prodigio del jazz gitano y la música judía



No siempre la intensidad y excitación que genera la música procede del rock, el pop o la electrónica –que dominan el espectro de difusión-, existen otras muchas músicas que derraman pasión y vida. No puede sentirse ni decirse otra cosa ante la escucha de los haceres de Les Yeux Noirs, una banda Yiddish establecida en Francia desde donde dan otro rostro al jazz gitano y la tradición klezmer (judía).
Con una alineación que incluye doble bajo, acordeón, guitarra, chelo, cimbalón y batería, los dos hermanos Eric y Oliver Slabiak, cantan y tocan el violín con un virtuosismo rebelde, que les hace apropiarse de temas tradicionales de Rumania, Hungría y Rusia o bien llenar de emoción sus propias composiciones.
Juntos prácticamente por 20 años, ahora deciden publicar un álbum doble Best OYN / Oprescena (Harmonia Mundi, 09) que recoge en un disco 15 temas seleccionados de su trayectoria y en otro, 13 piezas grabadas en directo por Radio France.
Quizá su material no sea muy conocido de este lado del charco, pero posee una belleza poco común, ya sea cuando tocan a toda velocidad y nos dejan pasmados o cuando bajan la marcha y nos remontan a tiempos ancestrales.
Una maravilla sin desperdicio de parte de un grupo que toma su nombre de una canción original de Philippe Leotard, “Oï tzigané”, que dice: “la joven chica de Ojos Negros vino de los Urales con el viento en su mano”). De plano, si no consigue emocionarte es que estás muerto.

domingo, 3 de mayo de 2009

Bonnie "Prince" Billy: cronista y poeta de la Norteamerica profunda


El pensamiento único es una trampa, reforzada por el sistema comercial que pretende estandarizarlo todo para aumentar su potencial mercado. Un país como los Estados Unidos fraguado con base en los migrantes no puede ser representado por una cultura monolítica y superficial. No todos los gringos son estúpidos y no todo en música se limita a Britney o Rihanna. En verdad existe un acervo enorme que procede de la raíz multirracial y que de verdad honra a la historia de uno de los países más jóvenes del planeta.

Casi de todos lados del orbe arribó gente para asentarse en ese vasto territorio de la parte norte de América. Cada grupo social llevó sus costumbres y tradiciones, cada pueblo le puso música a su existencia. Unos para quejarse de su situación, otros para elevar una plegaria y tantos más para acompañar sus celebraciones y acontecimientos.

Sobre esa tierra fértil descansa una nación extraviada en su soberbia y egoísmo, pero afortunadamente existen creadores que se desmarcan, que dan cuenta de la existencia de otra nación, que aunque agazapada existe y transpira. A lo que hace Bonnie Prince Billy se le puede llamar country alternativo, weird folk, o cualquier otro término, pero ante todo es un músico que se encarga de componer temas con alma, que son honestos en su modo de narrar el mundo y que en el escucha atento buscan complicidad.

Apenas han pasado unos cuantos meses de que publicó su último álbum de estudio“Lie Down in the Hill” (Drag City/Domino, 08), y un directo “Is It The Sea?” (Domino, 08) cuando ya está de vuelta con una obra que ya es considerada como maestra entre quienes conocen el trabajo de un hombre barbado que no es materia para la frívola farándula, los tabloides escandalosos y la radio fórmula.

Más que emanado de las grandes ciudades, el sonido de este hombre, creador de varios seudónimos, es campirano y ciertamente melancólico. No desparrama alegría, más bien se orienta hacia una sensibilidad taciturna y reposada. Beware (Dragcity/Domino,09), su disco nuevo, es un ejemplo máximo de lo que es una belleza serena, pero no por ello menos impactante o emocional.

Nunca como ahora se dedicó a detallar un disco grande: reunió casi a una orquesta, grabó rodeado de recursos y puso énfasis a su modo de cantar, antes un tanto solemne. Este admirador de Elvis, figura del Americana y elusivo compositor, se acercó incluso al góspel en está oportunidad, se rodeó de coros femeninos y, como siempre, agregó muchas vivencias personales a las letras, que son evidentes en títulos como “I won’t ask again”, “My life´s work”, “You can´t hurt me now” y “I am goodbye”, que por cierto es el primer sencillo.


Beware es su trabajo más rico en orquestación y matices, lo que se debe por una parte al uso de instrumentos diversos, como xilófono, banjo, saxofón y violín, aunados a la participación de gente como Josh Abrams de Town and Country, Jennifer Hutt, Emmett Kelly de The Cairo Gang, Michael Zerang, Rob Mazurek (Chicago Underground Orchestra, Isotope 217), Greg Leisz (Matthew Sweet Band), Leroy Bach (ex Wilco), Jon Langford (The Mekons) y Azita Youssefi.
Algunos son habituales junto a Will Oldham, como en realidad se llama Bonnie, y otros fueron invitados especialmente para enriquecer composiciones embriagadas de vida que ahora ya no lucen tan desnudas o desprotegidas.
Quizá la gente que no haya pasado por desilusiones o que finge ser completamente feliz no se identifique con canciones que constantemente hablan de despedidas, que suenan: "a adiós / como el fin de algo maravilloso".
Teniendo de su lado un caudal de más de 30 disco editados de 1993 a la fecha, Prince Billy sólo tiene al cielo por frontera; es un vaquero que cabalga rumbo a la eternidad mientras canta como si no se inmutara siquiera. No necesita del estruendo para decir verdades enormes o lamentarse de la rutina adulta. La parte más luminosa y rítmica la deja para “I´m goodbye”, con acento bluegrass y corta duración (apenas poco más de dos minutos).
Al autor de I see darkness (02) y The letting go (06), nacido en Louisville, Kentucky, hay quien lo ve como el más digno sucesor de Dylan, elogio grande pero merecido, aunque en Beware subraya que anda en la misma senda polvosa por la que paso Johnny Cash; el hombre de negro puede reconfortarse en el más allá al saber que tiene alguien que supo asimilar sus enseñanzas.
Bonnie Prince Billy es un talento silvestre, un poeta lírico, un artista taciturno que ha encontrado la manera de congraciarse con la esencia de la música tradicional de un país que muchos no quieren mirar pero que existe. La Norteamérica profundo tiene en este hombre a uno de sus más grandes cronistas.

viernes, 1 de mayo de 2009

Rompepistas, diario íntimo de un punk de provincia



· Tercera novela del español KiKo Amat.

Porque en este pueblo,
¿cómo escoges un color,
cuando lo único que hay son distintos tonos de gris mierda?

La destartalada banda de punk llamada Las duelistas estaba compuesta por tres adolescentes que vivían en el extrarradio barcelonés, en una pequeña ciudad que sólo es conocida por sus manicomios y su equipo de rugby. Los tres tenían 17 años y se hallaban extraviados entre el aburrimiento colectivo y el desmoronamiento familiar, gastando su existencia fingiendo ser rudos, pero exudando solamente ternura.

Rompepistas, del que se oculta siempre el nombre de pila, es miope, esquelético, asmático y tiene el pelo teñido de rubio; expulsado del colegio, junto a su compinche Carnaval, da cuenta de cómo va tirando por la borda los días, que transcurren entre su amor frustrado con Clareana, bajista del grupo, encendidos pleitos paternales y las interminable juergas y tropelías junto a los Skinheads por la Paz, una turba despatarrada, cuyo líder es un hooligan conocido como el Chopped, y compuesta por tipos de apodos tan delirantes como el jejé, el puños, el pachanga, el sutil, el bomba fétida, el antología y el peligro.

Salpimentada con canciones de Generation X, The Clash y The Specials (aunque no falta el rock radical vasco de Kortatu), la tercera novela del también periodista Kiko Amat, editada por Anagrama, cierra una trilogía sobre historias de adolescentes, con las que el autor guarda cierto contacto autobiográfico.

Nacido en 1971, Amat da cuenta de lo vivido durante los ochenta (la obra se centra en 1987) en la comarca de Sant Boi de Llobregat, donde esa pandilla de provincianos pasa de la adolescencia a la juventud acompañados del nerviosismo del No futuro y el burbujeo de inagotables cervezas. Rompepistas es honesto en cuanto al rol que desempeñaban: “Éramos la sarna del pueblo y como tal nos comportábamos”.

Se trata de una novela punk, imbuida de la candidez de ese tipo de espíritu romántico; y en ese sentido, genuina, honesta y natural. Apasionado de la cultura pop –de filia británica-, KiKo no ha hecho un ejercicio experimental ni una introspección psicológica en los personajes; no se trata pues de una obra de grandes pretensiones formales sino de una gesta escritural en la que priva el deseo por contar de manera eficiente y cálida una historia.




Más allá de las peleas callejeras y el recuento de una violenta infancia en un colegio católico, en el que no escaseaban los castigos y las vejaciones, subyacen tópicos como la amistad, la traición y la fidelidad; los miedos e inseguridades propios de la edad y la súbita y brutal pérdida de la inocencia.
Colaborador de La vanguardia y también autor de El día que me vaya no se lo diré a nadie (03) y Cosas que hacen BUM (07), aprovechó sus primeras obras para llegar a esta, una evocación del momento en que: “a todos los efectos eres un niño pero haces majaderías de adulto; un punto extraño e indefinido”.

La novela como acto memorialista de una generación, que anhelaba hallar una vía de escape, existente en muchas ocasiones a través de la música. Para el escritor la fórmula era simple: “En aquel tiempo, todas las cosas eran usadas, no reflexionadas. Los discos eran para bailar, no para elaborar grandes tesis”. En ese sentido, se trata de un libro que habrá de decepcionar a los amantes de las estructuras complejas o de los grandes retos narrativos. Aquí hay una historia sencilla, contada con afilado humor y vehemencia, y por la que se filtran asuntos como la culpa y el remordimiento.

Un rara avis del periodismo, como puede constatarse en su blog La escuela moderna, e instalado en las antípodas del fenómeno Nocilla y todo el asunto del afterpop, Kiko es más bien un escritor tradicionalista al estilo del inglés Nick Hornby (Alta fidelidad, Fiebre en las gradas).
A lo largo de la novela se recuperan viejas canciones y frases para el combate callejero, que hoy dan risa: Curas al paredón, Nuclear si… por supuesto, Condenados a luchar. 20 años pasaron para que el autor pudiese decantar y transformar sus recuerdos, que de alguna manera exaltan los viejos tiempos: "la cohesión de la banda fue lo que nos salvó, mientras que las canciones de los discos de vinilo eran la única posibilidad de acceder a algo bonito".

Rompepistas es ante todo el diario íntimo de un punk de provincias, una instantánea novelada de: "unos niños dañados y perdidos en un mundo que no entendían, con todo en contra".